Juu Ni

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Oscuridad. Reinaba en la habitación. Aunque no sabía cuánto tiempo permaneció inconciente podía adivinar que ya era tarde, bastante tarde.

Se removió bajo las mantas con pesadez, elevando su cuerpo hasta quedar sentada mientras sostenía su cabeza. Todo daba vueltas, tenía náuseas y una sensación de vacío en su pecho. Las cortinas alrededor de su cama estaban cerradas, eran una tela pesada de brocado que impedían que cualquier indicio de luz atravesara hasta el centro.

Sus pies giraron hasta colgar al borde de la alta estructura, con lentitud se quitó las mantas intentando procesar lo que había sucedido. Ni bien sus sentidos se habían despejado por completo, las alarmas de angustia se dispararon en ella de forma automática. Esto era un mal augurio. Todos sus cortesanos y aliados la habían visto desplomarse justo en su banquete de cumpleaños. Apretó los dientes con furia saliendo del dosel entre manoteos que separaron la tela en revoloteos.

Al verla salir, Safron corrió a encontrarla apoyando su cuerpo —Su Majestad— se alarmó al verla tan agitada —No debería salir de la cama, es peligroso.

Akane aspiró hondo apoyándose en él —¿Cuánto tiempo ha pasado?— inquirió tomando una tetera llena de agua, su garganta estaba seca reclamando el líquido. El hombre se apresuró a vertir él mismo la bebida para después ofrecerla, dejándola dar sorbos pequeños.

—Ya han pasado tres horas— informó Safron con la mirada contrita.

Akane asintió significativamente sin ninguna palabra, bebió dos tazas más de agua antes de volver a abrir la boca —¿Qué rumores han circulado?— ella no era idiota, por supuesto su opositores encontrarían una manera de calumniar su nombre aprovechando los eventos recientes.

—No he salido su Majestad, he estado cuidando su descanso desde que la trajeron aquí— respondió él como voz suave. Akane sonrió conmovida, levantó su mano para acariciar el rostro compungido del hombre antes de dar dos pasos y apoyarse sobre su pecho.

—Gracias— dijo con voz suave —Has trabajado duro, deberías ir a descansar— ofreció alejándose nuevamente.

—Pero, Majestad, quisiera poder hacerle una revisión antes de irme— solicitó con apuro, sus ojos se veían iguales a los de una cría de ciervo, limpios y claros.

—No te preocupes, ahora quiero descansar. Desde que estoy despierta estaré bien. Además también debes recuperar tu sueño— persuadió ella con la sonrisa más cálida que tenía.

—De acuerdo, pero por favor,no olvide el té para su dolor de pecho, se sentirá mucho mejor después de tomarlo— pidió contemplando sus ojos.

Akane personalmente lo acompañó a la puerta volviendo a agradecerle por sus atenciones, sin embargo, en cuanto se aseguró de que no volvería, su expresión cambió a un rostro serio de ceño fruncido —Sayuri— llamó a una de las odaliscas. Ella tenía que pensar en un método rápido para disuadir a la multitud de malos pensamientos. Si no controlaba los rumores a su favor, comenzarían las disputas internas.

—Su Majestad— se presentó la mujer tan pronto como dijeron su nombre, con una reverencia respetuosa.

—¿Cómo es?— cuestionó entonces observando a través de la ventana. Afuera las cosas se veían pacíficas, pero entendió muy bien la tormenta que se avecinaba.

—Respondiendo a su Majestad, hay rumores bastante descabellados especulando que usted padece enfermedad, los aliados se han abstenido de dar opiniones, aunque muchos han preguntado por su estado actualmente. El emperador viudo y las princesas en específico están bastante preocupados.

—¿El diagnóstico de los médicos?

—Su Majestad Safron no dejó pasar a nadie más— respondió con honestidad. En cuanto la habían depositado en la cama, los había sacado de la habitación con argumentos hábiles.

Poliandría II El rapto de la reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora