Nijūshi

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Sayuri caminaba por las calles de la ciudad luciendo más solitarias que de costumbre. El sonido de sus pasos era lo único que se percibía en los alrededores además del viento. Sintiendo que su corazón se llenaba de inquietud, apresuró su andanza para no permanecer más tiempo fuera.

Había insistido a la emperatriz ausentarse en su viaje al oeste para poder visitar a sus padres. Por desgracia, una sombra de gran tamaño oscureció su camino iluminado por la luna. A pesar de ser la escolta personal de la emperatriz y poseer grandes habilidades combativas, no pudo hacer nada contra un atacante sorpresa que le doblaba el tamaño.

Solo sintió que sus pies dejaban de tocar el suelo cuando una soga se apretó alrededor de su cuello. El aire comenzaba a faltarle y la presión parecía explotar su cabeza. Pataleó con fuerza e incluso intentó apuñalar al enemigo con su daga, más al final, no hubo remedio. Pasados algunos minutos la fuerza le abandono junto con la conciencia. Durante esa fría noche, en un empedrado solitario quedó el cuerpo de una joven despojada de sus pertenencias para simular un robo.

Akane no sabía las devastadoras noticias que le esperaban de regreso. Por ahora se encontraba en su camino hacia la costa oeste. El carruaje estaba a punto de llegar al poblado mas cercano donde pasarían la noche en una posada, aprovechando que tenía a Konatsu, lo envió antes para buscar al mejor sanador del lugar y así visitarlo una vez se establecieran. De ese modo abandonó su hospedaje tan pronto la comitiva se retiró a dormir.

—Encontré a una comadrona, los rumores dicen que es la mejor de toda la región. Además es una mujer mayor que está perdiendo la vista, no creo que la reconozca.

—Bien hecho —Akane elogió mientras se ponía un cambio de ropa como las aldeanas. Los dos rentaron un par de caballos para llegar a las afueras de la aldea, donde residía la anciana. De forma lenta se movieron llegando bastante tarde a la pequeña choza de paja.

—Buenas noches ¿Hay alguien ahí? —saludó Konatsu merodeando los alrededores. Sin embargo todo estaba tranquilo. —Hola. Señora Fuoka —mientras repetía el grito para ser escuchado, una pequeña voz aguda prorrumpió llena de enojo.

—¡Ah! Por todos los dioses. No soy sorda bruto. Soy anciana y no camino tan rápido maldita sea —seguido de eso, una mujer encorvada y arrugada apareció tras la chozita. Su ceño fruncido la hacia parecer especialmente severa mientras cargaba un atado de leños bastante considerable. —¿Quién demonios va a la casa de otra persona para gritonear en medio de la noche? ¿Quieres morir?

Konatsu estaba a punto de revelar la identidad de Akane en medio de su indignación. Sin embargo, la de cabello azul ni siquiera se molestó por los improperios, solo se acercó tímidamente. —Buenas noches abuela. Soy... soy una forastera que vino en busca de tu ayuda.

—¿Forastera? Bah, esto es incluso peor. ¿En tu casa no te enseñaron a llegar cuando hace luz del día? No tengo tiempo para forasteros. Vuelve mañana.

—Pero, es urgente, mañana debo continuar mi viaje y quisiera algunos consejos para... Para mi bebé. Escuché que usted es una excelente comadrona, por eso quise venir hasta aquí. He viajado desde las fronteras.

—¿Consejos? Si no estás enferma no me hagas perder mi tiempo. Todavía tengo mucha leña que ordenar, así que ven por la mañana o encuentra a otro curandero en tu camino.

—Pero...

—Phe phe phe. Nada de peros niña. Largo.

—Entiendo, por favor, acepte que mi acompañante le eche una mano con su carga de leños para reparar las molestias —ordenó la emperatriz implicando a Konatsu, quien empezó a caminar hacia la aludida.

Poliandría II El rapto de la reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora