☁️Capítulo 3☁️

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NORA:

Unos cuantos días han pasado desde que casi me atropellan, no le dije a mi madre que fue lo que realmente sucedió y hasta hoy ella sigue creyendo que pasé la tarde en una cafetería.

El sobre con los análisis... eso ya es otro cuento.

Mis padres y hermana apenas vieron los análisis se rompieron en llanto y sin poderme contener me dejé llevar yo también por las emociones. Nuevamente comenzaba la pesadilla que vivimos hace un par de años, esa pesadilla donde por momentos deseaba que tuviera fin, de una u otra forma, pero que al fin terminara.

Mis padres ni siquiera lo pensaron dos veces a la hora de llamar al mismo doctor que llevó mi proceso la primera vez, ya hasta habían pautado una cita para los próximos días.

—¿A dónde crees que vas señorita?.  —estaba a punto de girar la cerradura cuando la voz de mi madre me detuvo. Me giré lentamente encontrándome con ella, con sus brazos en jarra pero aún así con esa sonrisa tan bonita que solo veíamos mi hermana y yo.

—A dar una vuelta. —su mirada era preocupada. Me recordaba a la primera vez que vi el miedo en sus ojos cuando yo tenía 14 años. —Sé que dirás que tal vez no es conveniente pero ya no quiero estar como la primera vez, no quiero estar confinada a estas cuatro paredes. —me acerqué hasta ella y nos fundimos en un abrazo. —prometo cuidarme, y si me llego a sentir mal serás a la primera que llame.

Nos separamos y estando enfrentadas podía ver que dudaba, le di un suave apretón de mano y tras unos segundos asintió dándome permiso de salir a dar una vuelta. Una vez afuera, caminé sin rumbo alguno, solo quería despejar mi mente de todos esos pensamiento y recuerdos que se empeñaban en torturarme, quería pensar por un momento que no pasaba nada, que yo estaba bien.

Llegué a un parque y me senté en una de las bancas vacías que estaban cerca de una gran fuente, rodeandola estaba un grupo de niños que reían entre sí y cerca sus representantes los vigilaban, vi todo a mi alrededor concentrándome en el sonido que hacían las aves que revoloteaban en los árboles, y, cuando tuve suficiente me levanté y me acerqué a la fuente.

Apenas me situé junto a ésta sentí un suave jalón en mi pantalón, bajé la mirada encontrándome con una pequeña niña con coletas; quien sonreía mostrando el espacio donde le faltaba un diente.

—¿Vienes a pedir un deseo?. —negué ante su pregunta. —Mi abuelo dice que si arrojas a esta fuente una moneda y pides un deseo de todo corazón, ella te lo concederá.

—No tengo monedas. —dije fijandome en como los niños lanzaban monedas que se acentaban en el fondo de la fuente.

—Ten, te regalo una de las mías. —me tendió una moneda. —Ahora cierra los ojos. —hice caso a sus palabras. —piensa en tu deseo, pero no lo digas porque sino no se cumplirá. ¿Listo?. —asentí. —ahora lanza la moneda.

Hice lo que dijo y cuando abrí mis ojos la niña se encontraba buscando algo en los bolsillos de su chaqueta, me miró y luego a un señor de avanzada edad que la llamaba, y despidiéndose de mi agitando su mano se echó a correr hacia  donde estaba el hombre.

Me alejé y empecé nuevamente a caminar pero a diferencia de hace rato ahora sí sabía a dónde iba, pasé todo el trayecto pensando en si lo que estaba haciendo era correcto, sobre si debía ir o regresarme a mi casa. Me entretuve tanto en esos pensamientos que cuando vine a darme cuenta ya estaba frente a la puerta del chico de la moto.
Toqué el timbre un par de veces y cuando estaba a punto de girarme para marcharme la puerta se abrió, frente a mi se encontraba el chico de hace unos días, despeinado, sin franela y frotando uno de sus ojos.

Claro indicio de que estaba dormido.

—Siento haberte despertado. —me disculpé. —mejor me voy.

Me giré para volver sobre mis pasos pero sus palabras me detuvieron.

—No hay problema, ¿a que se debe tu visita? —su voz sonaba bastante adormilada.

—Quería saber cómo te encontrabas.

Me balanceaba sobre mis talones al no saber cómo continuar la conversación.

—Bien, supongo. Es difícil dormir a gusto con esto —señaló su yeso. —pero en unas  cuantas semanas se irá.

Asentí a sus palabras, nunca ha sido un problema para mí comunicarme con la gente, pero por alguna razón los temas de conversación parecían haberse esfumado de mi cabeza.

—¿Quieres dar una vuelta? Tengo que pasear a Tobby —asentí a sus palabras y con un gesto me invitó a pasar. —Si no te molesta, tendré que pedirte que me ayudes a ponerme una franela, con esta cosa —refiriéndose al yeso. —es casi imposible de que me la ponga yo solo.

Subió las escaleras y pocos minutos después volvía con la prenda en su mano, me la tendió y momentos después me encontraba ayudándolo a pasar su brazo enyesado por la manga; para luego terminar de arreglarse él.

Me dijo que lo esperara un segundo y caminó hasta una puerta perdiéndose por ella, afuera oía a un perro ladrar bastante entusiasmado y de pronto se hizo presente nuevamente el chico de la moto pero ahora acompañado de un cachorro de San Bernardo.

Era tan bonito que no me lo pensé dos veces antes de acercarme y dejar caricias en su cabeza, intentaba insistentemente babear mi mano y con unas palabras de su dueño se sentó quedándose quieto. El chico lo dejó un momento y fue por una pelota, a su regreso lo tomó nuevamente de la correa y nos dirigimos ha la salida.

El sol ya no estaba tan fuerte como cuando salí de casa, caminamos en silencio hasta llegar a un pequeño parque que quedaba cerca, el chico soltó al cachorro y este empezó a corretear por todo el lugar.

—Ten —me tendió la pequeña pelota. —a Tobby le gusta jugar a traer la pelota.

Él llamó al cachorro y cuando este estuvo cerca me hizo seña de que le lanzara el juguete. Apenas el animalito vio que lancé la pelota; salió corriendo tras ella para traerla en su boca después, estaba toda llena de babas, pero no me importo, el cachorro se veía contento y yo quería aprovechar a jugar con él, sobretodo porque mamá nunca nos dejó tener una mascota.

Después de lanzarle la pelota un  par de veces me dejé caer en el pasto y mi acompañante hizo lo mismo, así estaba más cómoda y no era necesario estar inclinandome a cada rato para tomar la pelota.

—Creo que le agradas. —volteé a ver al chico y estaba acariciando al cachorro. —normalmente no suele dejar que desconocidos se le acerquen.

—A mi también me agrada.

—¿Jugamos a las preguntas? Solo sé tu nombre y que casi te llevo  por delante con la moto. —me apreció buena idea, además así acabábamos con el silencio en el que nos manteníamos. —¿deporte favorito?.

—Leer.

Se me quedo viendo raro y después negó.

—Eso no es un deporte. Aunque si te oyera mi madre seguro y te reta a una competencia.

—¿Puedes leerte un libro de trescientas páginas en  dos días? —negó a mi  pregunta. —Yo sí, depende como lo veas puede ser un deporte. Digamos que se mide la rapidez con la que terminas un libro.

—Pues no lo había pensado así. ¿Color favorito?. —volvió a preguntar.

—Morado, ¿el tuyo?.

—Negro. —respondió.

Así estuvimos un buen rato hasta que el sol se empezó a ocultar y decidimos regresar, nos despedimos antes de llegar a su casa y emprendí mi camino para volver a la mía. Cuando llegué el sol se había ocultado por completo  y apenas entrar mi madre se asomó por el umbral de la cocina luciendo un delantal un poco manchado, una sonrisa muy maternal apareció en su rostro y tomándome de la mano me llevó a la cocina donde se encontraba mi hermana untando un pastel con chocolate.

Me hizo sentarme en una silla del comedor y cuando terminaron el pastel mi madre sirvió tres porciones, tanto ella como mi hermana se sentaron junto a mi y entré las tres empezamos una charla mientras comíamos el postre que había hecho mi madre.

Enséñame a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora