☁️Capítulo 7☁️

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NORA:

Recién había entrado a mi habitación cuando oí mi teléfono sonar, lo tomé y vi el número de Allen marcarse en la pantalla.

—¿Qué se supone que hago con tus compras? —preguntó apenas tomé la llamada.

Ni siquiera recordé las bolsas cuando me bajé del auto, entre el sermón de mi madre y luego el de mi padre no recordé que había dejado la compra.

Me asomé por mi ventana y Allen estaba apoyado en un costado del auto con un brazo cruzado en su pecho y el otro medio alzado sosteniendo el teléfono contra su oreja.

—Ya voy por ella.

Corté la llamada y salí de mi habitación, en la sala aún se encontraban mis padres viendo una película así que traté no hacer ruido para poder salir, claro que no funcionó; pues cuando tenía la mano en el pomo de la puerta la voz de mi madre se oyó.

—¿A dónde cree que va usted, señorita?.

—Olvidé la compra en el auto de Allen e iré por ella.

Asintió a mis palabras pero me señaló el perchero que estaba junto a la puerta, tomé un abrigo y después de ponermelo crucé el umbral hacia el exterior de la casa.

Cuando llegué junto él esperé a que abriera la puerta trasera del Jeep y tomé las bolsas que estaban en el asiento, volví sobre mis paso pero a mitad de camino volteé a verlo.

—Gracias —asintió y empezó a rodear el auto para subir a él —Oye... lo siento —de veía confundido ante mis palabras, así que aclaré —por lo de hace rato en el supermercado. No han sido días buenos y siento haberme comportado así contigo.

—Siento haberte dejado tirada.

Dicho esto, volvió a reanudar sus pasos hasta que subió al auto y se marchó, imité su acción y volví a entrar a casa. Fui directo a la cocina y dejando las bolsas sobre la encimera empecé a sacar las cosas y dejarlas en su lugar en la alacena.

Mi hermana se había ido de viaje con su novio así que en casa solo estábamos mis padres y yo, cuando terminé de ordenar todo subí a mi habitación y cambié mi ropa por un pijama.
Apenas mi cuerpo chocó contra el colchón mis pensamientos decidieron hacer de las suyas como todas las noches, en los últimos días no había podido dormir bien, las constantes pesadillas me despertaban a mitad de la noche y siempre hacían que la misma pregunta rondara en mi cabeza durante horas hasta que los rayos del sol se colaban por mi ventana.

¿Y si no hay un mañana?

¿Qué pasa si mi último día es hoy?

En cuestión de días había dejado de lado la vida que solía llevar. No salía a fiestas, y eso era lo más normal que hacían los chicos de mi edad, eso sí contamos que estábamos cursando el último año de instituto, pero por lo menos si salía a dar una vuelta por el parque, o solía ir con mi hermana al centro comercial. Ya hasta eso había dejado de  hacer. Mi vida social de los últimos días se resume a Allen y su perro.

¿También podré lograrlo esta vez?

Me encantaría creer que sí, pero yo perfectamente sé que mi mente juega en contra de ese pensamiento.

Con la vista puesta en el techo blanco de mi habitación dejé que pasaran las horas, montones de pensamientos rondaban mi mente, unos sobre qué haría en un par de años, otros sobre si realmente estaré viva para ese entonces.

Y así entre contradicciones me dejé vencer por el sueño, y dejé que eso que suele atormentarme por las noches desapareciera por un par de horas.

No sé cuanto tiempo dormí, solo sé que volví a despertarme con el corazón acelerado y las gotas de sudor corriendo por mi frente, mi respiración siendo irregular y mis manos temblando, por la ventana poca claridad entraba gracias a la luna; pero eso me era suficiente para alcanzar a ver mi teléfono en la mesita al lado de mi cama, ni siquiera me fijé en la hora, solo marqué el número de la primera persona que vino a mi mente.

—¿Estas bien? ¿Por qué estás despierta a esta hora? —oír su voz hacía que mi corazón desacelerara su ritmo volviéndolo a lo normal —Nora... ¿sigues ahí?

—Sí

—¿Que haces despierta a las tres de la mañana?

Cuando dijo la hora quité el teléfono de mi oreja y vi que ciertamente esa era la hora.

—Tuve una pesadilla. La misma de todas las noches. Estoy harta de esto, ya ni dormir tranquila puedo.

—Si quieres seguir hablando estoy dispuesto a oírte, trataré de no quedarme dormido.

Su sinceridad hizo que una pequeña risa se me escapara, definitivamente no había conocido a alguien con la sinceridad de ese chico, en pocas semanas me había dicho más verdades en mi cara de las que me habían dicho en toda mi vida.

Solté un suspiro y luego palabras tras palabras fueron saliendo de mis labios, le conté sobre mis pesadillas, sobre cómo me sentía últimamente, le conté de todo un poco y la verdad es que se sintió liberador hacerlo, aunque no fui capaz de contarle sobre la punta del iceberg, eso que hace que se origine el resto de cosas que viven carcomiendo mi mente día a día.

Técnicamente, fue una verdad a medias. Pero aún así fue suficiente para que un peso fuese quitado de mis hombros.

De vez en cuando intervenía para preguntarme algo, aunque le oía bostezar cada cierto tiempo se mantenía firme oyendo mis lamentos,  cuando terminamos la charla sobre mi él empezó a hablarme sobre recuerdos de su infancia. Quizás serían las cuatro de la mañana, no lo sé bien, pero sé que su voz me transmitía cierta calma, sensación que hizo me durmiera.

Cuando volví a despertar ya casi era mediodía, la cortina que hace unas horas había estado abierta; ahora estaba cerrada evitando que los rayos del sol se colaran en la habitación, me levanté y sin intención alguna de cambiar mi pijama bajé a la cocina donde estaban mis padres. Mamá preparaba el almuerzo y papá estaba sentado junto a la encimera hablando con ella.

—Hoy dormiste más que de costumbre, te llamé un par de veces y como no bajaste tuve que ir a tu habitación, estabas enrollada en las mantas así que cerré la cortina para que siguieras durmiendo.

—A diferencia de los días anteriores, siento que ahora si descancé. Me siento con un poco más de energía.

Mi madre se acercó a mi y me estrechó entre sus brazos de manera un poco fuerte.

—Recuerda que el doctor dijo que sería bueno que descansaras lo suficiente en estos días, pronto comenzarás el tratamiento.

Asentí a las palabras de mi padre y dando media vuelta empecé a caminar hasta el baño. Apenas entré busqué mi cepillo y la pasta dental, tenía mi vista puesta en el reflejo que se mostraba en el espejo frente a mi, bajo mis ojos pequeñas bolsas violáceas se mostraban, signo del cansancio y el insomnio de los últimos días.

Tomé un baño y cuando terminé crucé hacia mi habitación, me vestí con algo cómodo y cuando oí a mi estómago rugir; decidí que debía bajar a comer. En el comedor ya estaban mis padres, cuando mamá me vió llegar me indicó que tomase asiento y ella se levantó para ir de vuelta a la cocina, poco después aparecía de vuelta con un plato que puso frente a mi.

—Sara llamó temprano, quería hablar contigo pero estabas dormida —informó mamá mientras servía otro vaso de jugo —te mando un abrazo y dejo diciendo que te llamaría más tarde.

Asentí a sus palabras, mi padre y ella se enfrascaron en una conversación en la que yo preferí no participar, solo me concentré en la comida frente a mi, así en silencio almorcé hasta que todos terminamos y yo me ofrecí a lavar los trastes, no hace falta mencionar que mamá se negó en un principio, pero era una tarea que no requería mucho esfuerzo; así que después de una corta discusión salí victoriosa.

El resto del día lo pasé encerrada en mi habitación, tal como lo había dicho mamá; Sara llamó y estuvimos hablando durante un largo rato de como la estaba pasando, al final, cuando nos despedimos mencionó que volvería al día siguiente.

No hay mucho más que contar, el día realmente no fue muy productivo.

Enséñame a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora