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Namjoon


Tres semanas más tarde


—¿Cómo estoy?

—Nervioso, ansioso, dulce, guapo. Seguro que alguna de esas opciones es la respuesta correcta, ¿verdad? —respondió mi padre, riendo mientras me acariciaba los brazos.

Me había puesto un pantalón de vestir y una camisa y los Converse negros. Elegante. Sutil. Además, quería tener un aspecto profesional. Mi cabello rubio oscuro estaba peinado hacia un lado y me había perfilado los ojos de color avellana con delineador. Normalmente vestía camisas de cuadros, vaqueros ajustados y chaquetas de piel falsa, aunque, claro, como era mi primer día en el nuevo trabajo, no quería parecer un miembro de Tokio Hotel.

Acaricié con delicadeza la cabeza de mi padre, calva salvo por algunos mechones de pelo blanco que le hacían parecer un diente de león despeluchado, y le di un beso en la mejilla, donde las venas se dejaban ver a través de la piel azulada y pálida.

—Llámame en cualquier momento si me necesitas —le recordé.

—Ay, sí. Eso dice mi canción favorita de Blondie —respondió él con una sonrisa.

No pude evitar poner los ojos en blanco al oír el comentario tan tonto.

—Estoy bien, Nam. ¿Vendrás a casa cuando acabes o te quedarás con Yang? —Me despeinó el pelo como si fuera un niño pequeño. Supongo que, para él, lo era.

En medio de la frase, le dio otro ataque de tos y me sentí un poco culpable por haberle mentido. Pensaba que Yang y yo seguíamos juntos. Mi padre tenía cáncer en los ganglios linfáticos de fase tres y hacía dos semanas que había dejado oficialmente la quimioterapia. El tiempo se nos escurría entre los dedos como si fuera arena.

Los médicos le habían pedido que continuara con el tratamiento, pero él les había dicho que estaba demasiado cansado, aunque lo que quería decir realmente era que estábamos sin dinero. Las opciones eran volver a hipotecar la casa o dejar el tratamiento, y mi padre no quería que me quedase sin nada, por mucho que me opusiera a su decisión. Me sentía culpable y tenía un corazón solitario y lleno de preocupaciones que cargaba en el pecho como si fuera un cofre lleno de oro y de cosas pesadas e inútiles.

Me había quedado ronco de tanto gritarle que vendiera el maldito apartamento, pero me di por vencido cuando fui consciente de que le estaba causando más agonía y estrés.

—Vendré a casa. —Le di un beso en la sien, me dirigí a la cocina y saqué de la nevera la comida que le había preparado para el día.

—Últimamente no pasan mucho tiempo juntos. ¿Todo bien?

Asentí y señalé la fiambrera que tenía delante de mí.

—Desayuno, comida, cena y un par de tentempiés. Te he puesto mantas limpias en la cama por si tienes frío. ¿He dicho ya que puedes llamarme siempre que lo necesites? Sí. Sí que lo he dicho.

—Deja de preocuparte por tu anciano padre —dijo, despeinándome otra vez antes de que me dirigiera a la puerta—. Y mucha mierda.

—Con la suerte que tengo, seguro que piso alguno. —Me colgué el bolso del hombro y vi que gruñía al sentarse en el sillón para ver la televisión.

Llevaba el mismo pijama que sabía que seguiría llevando cuando regresara del trabajo Dios sabe cuándo. La mayoría de gente no se suscribiría a Netflix si estuviera hasta el cuello de deudas, pero mi padre apenas salía de casa. Hasta hacía muy poco, había tenido náuseas y había estado muy débil. La quimioterapia no solo le mataba las células cancerígenas, también le quitaba el apetito, así que lo único que podía hacer era ver series como Black, Prison Playbook y Bad Guys. No iba a privarle del único entretenimiento que tenía, aunque tuviera que conseguir un segundo trabajo.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora