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Jungkook

Namjoon no recibió un recordatorio para el maratón de sexo que le había prometido esa mañana.

Después de haberle vomitado la verdad de Joohyun sobre sus Converse naranjas por la tarde y ver cómo unas emociones que habían amenazado con llevarme a la desesperación le anegaban la mirada, había decidido que lo mejor para los dos era tener la noche libre para revaluar el desastre que era nuestra aventura de oficina.

Decir que no soy de los que comparte su vida con los demás sería quedarse muy corto. Y, sin embargo, en ese bar que olía a muerte y tenía el aspecto de la depresión clínica, había hablado de Joohyun como nunca antes, ni con mamá ni con Taeyeon, y, desde luego, tampoco con el patético de mi prometido o el inútil de mi padre.

Cuando terminó el programa, descolgué el abrigo y salí de mi despacho. Namjoon seguía escribiendo en el ordenador, cumpliendo con su deber como reportero júnior. Y tuvo el descaro de parecer enfadado otra vez, por motivos que se me escapaban y no me importaban. La mayoría de los chicos se conformaban, simplemente, con pasar tiempo conmigo. Namjoon conseguía que me lo tirara, que saliera a comer con él y que, además, le pagara las deudas, aunque él no lo sabía, claro, pero aun así seguía comportándose como si yo fuera el enemigo público número uno.

Después de una reunión agotadora con los peces gordos para hablar de los índices de audiencia, había llevado a un lado a mi padre y le había explicado, una vez más, que si tocaba a Namjoon airearía sus trapos sucios, uno por uno, y acabaría con la reputación inmaculada del apellido Oh que había utilizado para llegar al éxito.

En fin, dado que me había quedado sin sexo esa noche, decidí enfrentarme cara a cara con un capullo.

Haría una visita al idiota de Kim Junmyeon.

Junmyeon vivía en Guryong, algo que no me sorprendía mucho. Era el barrio ideal para tener acceso fácil a cualquier vicio, desde el crack y la hierba hasta las prostitutas. Averigüé su nueva dirección en su ficha de recursos humanos y un Uber me llevó directo a su casa.

Abrió la puerta cuando la golpeé por tercera vez. Solo llevaba unos calzoncillos blancos. Los mechones rubios le caían sobre la frente y tenía el rostro brillante por la humedad que invadía Seúl cada vez que se acercaba el verano. Ya no parecía un niño, y me molestaba que él pudiera seguir envejeciendo mientras que Joohyun no tendría la oportunidad de hacerlo. Tampoco me gustaba que Namjoon pudiera verlo como un hombre, y como un hombre atractivo, además.

—Kook —me saludó con un tono monótono, como si mi presencia en la puerta de su casa fuera normal.

Dejó la puerta abierta, se dio la vuelta y caminó sin prisa hacia el sofá en una invitación tácita para que entrara. El apartamento era pequeño, nuevo y cool. Y sí, morí un poco al utilizar ese adjetivo, aunque fuera solo en mi mente. Me dirigí a la cocina de ladrillos para servirme una copa, pero los armarios estaban repletos de fideos instantáneos. Abrí la nevera y no encontré nada más que cerveza de raíz, limonada rosa y comida húmeda para gatos. No había ni una sola gota de alcohol a la vista.

—Que seas una nenaza no significa que tengas que comer como una. — Cerré la puerta de la nevera con un gruñido.

—Le doy de comer a un gato callejero que vive al lado de mi edificio. Las almas perdidas conectan en silencio. Si buscas alcohol, lamento informarte de que lo dejé. —Se sentó en el sofá con un ruido sordo, se despatarró y empezó a hacer zapping. ¿Esperaba una medalla? ¿Una pegatina brillante? Quizá solo esperaba que no le diera un puñetazo en la cara.

Junmyeon escogió la KBS News. Odiaba que no fuera estúpido. Eso hacía que odiarlo fuera más difícil.

—¿Enjuague bucal? —le pregunté.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora