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Namjoon

—Tenemos que hablar. —Entré en el despacho de Jungkook cuando el reloj marcó las nueve en punto.

Dahyun, que había estado esperando en la puerta para entrar, se llevó el iPad al pecho y me miró alarmada cuando me vio acercarme al despacho y entrar sin llamar. Jungkook ya estaba detrás del escritorio, bebiendo el primero de los tres cafés de la mañana y mascando chicle de menta mientras hojeaba los periódicos. Ni siquiera me miró, llevaba la indiferencia como una armadura descascarillada. Era un caballero blanco con un alma muy oscura.

—No estoy de acuerdo, pero ya que estás aquí, escúpelo.

—En primer lugar, ¿sabes que Dahyun te está esperando en la puerta? — Señalé hacia ella con el pulgar y fruncí una ceja.

—Lo sé. Puede llamar a la puerta.

—Te tiene miedo.

—Tú también deberías —soltó. Seguía sin levantar la mirada del periódico—. ¿Has venido a verme para hablar de Dahyun, Joven Kim?

Maldición. Parecía una versión más cruel de Harvey Specter, de Suits, puesto de anfetaminas. Y mucho más guapo. Si Jungkook se encontrara en un callejón oscuro con la cortesía, le daría una paliza de muerte y luego buscaría a su hermana, la generosidad, y acabaría con ella también.

—He venido a decirte que lo sé y que estoy muy cabreado.

—Explícate mejor y así me ahorras confusiones.

—¿Acaso eres demasiado especial para mirarme a los ojos? ¿Eso lo reservas para cuando me retuerzo de dolor debajo de ti y quieres ver lo vulnerable que soy?

No podía creer que hubiera dicho eso. La voz me temblaba. Me giré y vi que Dahyun ya se había ido. Menos mal.

Jungkook alzó la mirada lentamente. Sus ojos marrones parecían especialmente fríos en ese día cálido.

—¿Qué he hecho? —preguntó, remarcando cada una de las palabras.

—Sé que has pagado las facturas médicas de mi padre. Todas. No quiero tu dinero, Jungkook. Agradezco la intención, pero no necesito ayuda. No soy un chico en apuros y no necesito que me salven.

No quiero que sientas pena por mí ni que me mires como si no estuviera al mismo nivel que tú. Y no quiero que estés prometido. Es más, no quiero que me pagues las cosas mientras estás prometido, porque eso hace que me sienta como el otro.

Eso era todo lo que le quería decir, pero nunca me atrevería. Toda la culpa era mía por haber aceptado estar en esa situación y por necesitarlo como un drogadicto necesita un chute, a pesar de que él era una droga que podía matarme.

Se echó hacia atrás en la silla y dio golpecitos con los dedos índice sobre la mesa.

—¿Tienes pruebas de que he sido yo? —preguntó.

¿Me tomaba el pelo? No había otros sospechosos y el dinero no podía haber caído del cielo directo a pagar mis deudas.

—No me vengas con esas. —Me crucé de brazos.

Se encogió de hombros.

—No hay muchas cartas con las que pueda jugar. Usaré las que tengo en mi poder.

Me eché a reír a pesar de que seguía furioso. Era gracioso y encantador cuando quería. Pero, por desgracia, normalmente se conformaba con ser un imbécil.

—Ahora siento que estoy en deuda contigo y no me gusta.

—No es así. No te he pagado las deudas médicas y de la universidad porque me acuesto contigo, sino para ayudarte.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora