15

408 62 1
                                    

Namjoon

Sonríe y actúa con normalidad.

Mi padre estaba sentado a mi lado. Llevaba una camiseta de FC Seoul y bebía un refresco que, evidentemente, no estaba en la dieta que le había preparado el doctor. No le dije nada porque parecía absorto en el partido. Yo llevaba un gorro con la bandera de Corea y una camiseta con los colores del equipo. Desde mi punto de vista, era casi lo mismo.

Saqué el tema cuando volví de la cocina de llenar los cuencos de palomitas (tampoco podía comer palomitas, pero unas cuantas no le harían ningún daño).

—Oye, papá, ¿te importaría si me voy este fin de semana? —Intenté que sonara informal a pesar del nudo que tenía en la garganta. Las manos me sudaban tanto que casi se me resbalaban las palomitas. Iba a mentir una vez más a mi padre y, ¿para qué? ¿Por qué le escondía la verdad a mi padre si era la relación más cercana que tenía? No hacía nada malo, pero, claro, él estaba muy débil y apenas había empezado a levantar cabeza, en sentido literal y figurado. Físicamente estaba mejor, y como pasaba tanto tiempo con la señora Shin y me veía tan feliz en el trabajo, también se encontraba mejor emocionalmente. Sin embargo, no quería que supiera que había roto con Yang, porque eso podría causar una recaída, y nunca podría perdonármelo.

—Cariño. —Me dio una palmada en la rodilla cuando me senté y me quitó rápidamente el cuenco de palomitas—. Creo que es muy buena idea. Mereces un respiro. ¿Vas a ir a algún sitio caro con Yang? —Sonrió.

Irás al infierno por esto, me dijo Dios en la cabeza. Y si crees que te llamaré desde el cielo, es que no has aprendido nada sobre mí.

Decidí que le contaría a mi padre que había roto con Yang cuando regresara de Busan y hasta le podría contar lo de Jungkook, ya que parecían estar en contacto. No sabía si tenían muchas cosas en común, pero uno de los motivos por los que no odiaba a Jungkook, aunque era tentador, era que sabía que tenía un lado sensible. Me había dado cuenta cuando había ayudado a mi padre o cuando había intentado salvarme.

—No lo sé —evité la pregunta—. Ya veremos. Sabes que puedes llamarme en cualquier momento, ¿verdad?

—Sí. —Se echó a reír y se llenó la boca de palomitas—. Me lo has dicho uno o dos millones de veces. Además, si necesito algo, puedo avisar a la señora Shin.

Lo miré con curiosidad y sonreí.

—¿Cuándo me la presentarás formalmente? Soy el hijo de su novio.

Mi padre bajó la mirada y movió los dedos de los pies dentro de los tenis. Me di cuenta de que eran nuevos, de hecho, todo el atuendo lo era; llevaba unos pantalones de chándal grises y una camiseta blanca, como siempre, debajo de la del equipo, pero las prendas estaban perfectamente planchadas y le quedaban muy bien. También se había afeitado el poco pelo que le quedaba para conseguir un aspecto más uniforme. No sé por qué sentí tanta dicha al verlo feliz por otra mujer. Tal vez no debería sentirme así, pero estaba guapo y parecía un doble de Bruce Willis sin cejas.

—¿Hace que te cante el corazón, Namie?

—¿Qué? —Intenté reír, pero no lo conseguí. Maldición.

—Pregunto si Yang hace que te cante el corazón. La música es muy importante para ti, y yo veo cuándo eres feliz. Caminas rítmicamente, y cuando hablas, te balanceas. ¿Estás enamorado de él? Porque si no es así, no merece la pena.

Fingí que limpiaba una pelusa de un cojín del sofá para apartar la mirada.

—No puedo enamorarme, papá. Lo he intentado.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora