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Namjoon

Las cosas empeoraron progresiva y metódicamente la semana después de que me trasladaran (o, como decía Baekhyun, me deportaran) de Alta Costura a la redacción.

Ese lugar parecía un zoológico hecho con escritorios plateados y cromados, pegados los unos a los otros en forma de semicírculo alrededor de los monitores gigantes que retransmitían canales de noticias de todo el mundo.

La redacción era circular y tenía las paredes de cristal. Allí cerca había otra sala de reuniones, también con paredes de cristal, donde había cestos con pastas frescas, fruta en bonitas cestas y elegantes botellas de agua alineadas con esmero. Había cientos de pantallas, centralitas de teléfono, teclados y cables de un extremo al otro de la habitación. También había unas escaleras que llevaban a la séptima planta, donde había una puerta con una placa que rezaba: Aquí es donde se hace la magia.

El cartel se refería al estudio, donde se grababa el informativo del prime time.

Sin embargo, estaba tan ocupado tratando de salir adelante en mis circunstancias que no notaba el polvo mágico en mi piel.

Yang había sido el primero en torcer las cosas.

El infiel de mi ex había decidido que mantener relaciones sexuales con su editora no era motivo suficiente para romper la relación, así que me había mandado flores y mensajes al móvil. Como había ignorado los mensajes y había regalado las flores a mi solitaria y atractiva vecina de arriba, la señora Shin (a quien, evidentemente, no enseñé los mensajes, ya que pensé que lo último que le apetecería a la pobre viuda de cuarenta y pocos después de una jornada infinita como enfermera sería ver los mensajes de disculpa de un idiota que había metido la salchicha en el bote de kétchup equivocado), Yang pidió a nuestros amigos en común que mediaran entre nosotros. Dichos amigos, que no dejaban de hacerle la pelota porque había conseguido trabajo en una revista de prestigio, intentaban convencerme de que Yang era el amor de mi vida, que había algo especial entre nosotros y que sería una locura echarlo todo por la borda a causa de un error.

—Además, iba a ayudarte a pagar las deudas —había dicho uno de nuestros amigos, Joe—. Es algo en lo que también deberías pensar.

Yo había respondido a Joe y a los demás que, si iban a defender a un infiel que había decidido echar a perder cinco años de relación, podían borrar mi número de teléfono. Ya estaba lo bastante nervioso con la enfermedad de mi padre, el nuevo empleo y el montón de facturas, que no disminuía a pesar de que ahora trabajaba. La diplomacia no era una de mis prioridades.

Luego estaba el trabajo.

Oh Jungkook era el mayor cretino del mundo, y hacía gala del título como si fuera un honor. Lo único positivo era que ahora sabía que no era nada personal. Era un imbécil, un idiota al que se le daba de miedo su trabajo y estaba muy por encima de los demás presentadores de noticias con los que había trabajado, pero, aun así, era un imbécil. Y, hablando de imbéciles, a pesar de mis impresiones en nuestro último encuentro, había mantenido el pajarito bien guardado en los pantalones durante toda la semana. No es que hubiéramos podido trabajar solos en la redacción, que siempre estaba llena de gente, pero desde que acató mi presencia (aunque de mala gana), se había mostrado frío, distante y profesional.

¿Y yo? Intenté olvidar el momento de debilidad que tuve al tocarlo.

No sé por qué había buscado una conexión con él. Tal vez había comprendido lo mucho que nos parecíamos. Él estaba amargado, y yo enfadado; él quería sexo casual y yo... no me veía capaz de nada más con todo lo que estaba pasando en mi vida. Sin embargo, no podía olvidar lo que había sentido cuando él me tocó.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora