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Jungkook

Vivir solo era una decisión que había tomado felizmente.

La alternativa era vivir una mentira, y yo no mentía ni robaba desde que las dos cosas me habían estallado en la cara con resultados espectaculares. Aunque tenía coche, tomaba el metro para ir a trabajar por la mañana. Y como mi familia había tenido conductores privados durante las últimas tres generaciones, yo era la oveja negra del rebaño. Por suerte, el rebaño estaba disminuyendo hasta el punto de casi desaparecer, así que no tenía que impresionar a nadie.

Además, me gustaba el olor a pis y a miseria de la vida en la ciudad. Me recordaba que era un cabrón con suerte, incluso los días que sentía que Dios, si es que existía, se había propuesto boicotear todos mis planes.

De camino al trabajo, pensé en qué me había llevado a meter a Namjoon en el cuarto de contadores el viernes y follarle la boca hasta estar a punto de provocar el mayor cortocircuito de uno de los rascacielos más grandes de Seúl. Mi semen no debería haber estado cerca de aquellos transformadores eléctricos.

Intentaba marcar el territorio, pero en el proceso había roto las normas de no repetir con ninguna persona y de no acostarme con ningún empleado. Ahora meditaba qué hacer: actuar normal y fingir que el chico no existía hasta que dimitiera y el problema se solucionara solo o, dado que el daño ya estaba hecho, convertirlo en un polvo recurrente al que llamar cuando estuviera demasiado cansado como para salir a ligar.

Ventajas de la situación: las personas solteras de Seúl empezaban a ponerme de los nervios. Siempre veía las mismas caras en las mismas discotecas. Podía asignar cada ligue con su perfil de Tinder. Por lo menos, con Namjoon tenía química sexual.

Inconvenientes: dejando a un lado su sexo, era un santurrón irritante y maleducado, y no lo soportaba.

Cuando llegué al edificio, tuve que responder una llamada. Minki. Normalmente lo mandaba directamente al buzón de voz, pero era la tercera vez que me llamaba desde que había salido del metro, y quise asegurarme de que no le había pasado nada a Madelyn, su abuela.

—¿Ha muerto alguien? —Fueron las palabras exactas con las que respondí. Esperé antes de entrar al edificio, porque sabía que, cuando se trataba de mi relación con Minki, la conversación podía dar un giro desagradable en un abrir y cerrar de ojos. No solía alzar la voz, pero por él hacía una excepción felizmente.

—¿Qué? —Su tono de voz habitual consistía en quejidos. Los que suenan como un tenedor rasgando un plato—. No, mi abuela está bien. Me preguntaba si...

—No es necesario que te preguntes nada. La respuesta es no.

—¡Jungkook, espera un momento!

Pero ya había colgado. Me di media vuelta para cruzar las puertas de cristal y entonces vi a Namjoon. Estaba sentado en la parte de arriba de la escalera, con un libro entre manos y absorbiendo los primeros rayos de sol del día como una florecilla sedienta. Llevaba uno de sus trajes arrugados y negros con los que intentaba parecer un adulto y sostenía la mochila entre los brazos.

Hoy llevaba los Converse rojos. Oh, vaya.

Se limpió rápidamente los ojos. No sabía si estaba llorando o a punto de hacerlo. Hablaba por teléfono, y cualquier otro imbécil le habría dado la espalda, se habría alejado y habría decidido dejar de complicarle la vida.

Pero yo estaba programado de otra manera, era de piedra, como la gente que me había esculpido.

Pasé por el lado de Namjoon, pequeño y rubio, y escuché parte de la conversación.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora