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Namjoon

Arrastré la maleta por las escaleras para subir a mi apartamento y gruñí con fuerza. ¿Por qué me había llevado el armario entero a Busan? Ah, ya. Porque había querido deslumbrar a mi jefe, que era emocionalmente inepto, mostrándole todos mis modelitos, que consistían en ropa conservadora propias de un bibliotecario de ochenta años y un indecente montón de Converse.

Jungkook se había ofrecido a ayudarme con la maleta, pero yo le había dado las gracias y había rechazado la oferta, y creo que él se había sentido aliviado. Sabía que mi padre todavía pensaba que Yang y yo seguíamos juntos y, por muy bien que le cayera a mi padre, nos daría un puñetazo en los órganos reproductores si pensara que le estaba poniendo los cuernos a mi novio.

Nuestra escapada a Busan había dado un vuelco cuando nos habíamos marchado del ático de su madre, y los momentos de lanzar piedras y comprar vinilos fueron reemplazados por otra de nuestras sesiones de sexo en las que nos perdíamos en un tornado de sentimientos y entumecimiento. Habíamos caminado por la calle principal en silencio antes de que Jungkook me llevara a un club de baile cubano, donde habíamos contemplado cómo la gente bailaba y restregaban sus cuerpos mientras bebían tequila.

—Parece que tu padre cree que te has enamorado de mí —dije, tratando de quitar hierro al asunto.

Él me había puesto el pulgar en el labio inferior para abrirme la boca y me había lamido el interior.

—Mi padre cree que las mujeres y los chicos como tú deberían estar en la cocina y que el calentamiento global es un timo. No te lo tomes muy en serio.

—Jungkook...

—No te odio, Namjoon —dijo—. Y eso es más de lo que puedo decir del resto del mundo ahora mismo.

Volvimos a la suite y lo hicimos tantas veces que podríamos haber repoblado el continente entero, si es que el sexo servía para eso. Había sido un sexo enfadado, triste e íntimo. Fue como si nos evaporáramos y nos fuéramos a un lugar más seguro, a un lugar mejor. Pero yo no podía dejar de pensar que era un obstáculo para él.

Que todos sus problemas en el mundo laboral desaparecerían si yo lo hiciera.

Podría casarse con Minki o, como mínimo, estar comprometido con él toda la vida.

Podría salvar OBC.

Podría tener todo aquello por lo que había trabajado durante tantísimos años y seguir siendo el imbécil que satisfacía sus necesidades con personas desconocidas a las que seducía en los bares.

Simple. Directo. Fácil. Como a él le gustaba.

Esa tarde de domingo, entré en casa y me quedé de piedra en el umbral de la puerta. Sentí un nudo en el estómago y se me cayó la maleta al suelo. No.

Mi padre estaba sentado a la mesa y parecía mantener una conversación agradable con Yang sobre mis donas y mi café favorito de Seúl. Mi exnovio rio y puso algo sobre la mesa. En ese momento, vi que estaban jugando al Scrabble.

Estupendo.

—¡Oh, aquí estás! —Yang dio una palmada y se giró hacia mí en la silla con una sonrisa genuina.

Estaba muy guapo. Llevaba un polo y se había cortado el pelo, pero era un corte de pelo muy corriente. No era solo que no estuviera al mismo nivel que Jungkook, es que no jugaban en la misma liga. Aunque la belleza no tenía nada que ver con el hecho de que el desayuno del servicio de habitaciones amenazara con salir por mi boca en forma de vómito. Otra cosa en la que Jungkook le ganaba era en fidelidad, a pesar de que, técnicamente, no éramos novios.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora