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Namjoon

Un día me percaté de que la cara de mi padre ya no estaba pálida como la pared del lavabo.

Estaba realizando un tratamiento conocido como transferencia adoptiva de células. Era invasivo e incómodo, pero cuando regresaba, siempre sonreía más que la vez anterior. Seguía estando débil y gris, pero ya no hablaba como si estuviera listo para morir, sino que sonaba avergonzado por dejar de vivir porque sabía lo mucho que yo lo necesitaba, y eso hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Cada vez pasábamos más tiempo fuera de casa, dábamos vueltas a la manzana agarrados del brazo y admirábamos el festival de colores que era Seúl en verano. Las hojas verdes susurraban por encima de nosotros, los niños corrían descalzos por el vecindario mientras hacían guerras de agua, y sus risas se extendían por las calles como confeti. Las flores en los parterres de las aceras del barrio habían despertado.

Todavía no le había dicho a mi padre que sabía lo de Jungkook y tampoco pretendía hacerlo. Aunque nos mostrábamos cautelosamente optimistas, había muchas probabilidades de que el tratamiento no funcionara. En ese caso, me culparía toda la vida por haberle reñido por las mentiras que me había dicho para intentar salvarnos a los dos en lugar de haber aprovechado cada instante a su lado. Por eso tomé la decisión de no decirle nada.

—¿Vas a ir a la biblioteca hoy? —me preguntó.

—Sí. Tengo que ponerme al día con unas lecturas para el trabajo. ¿Por qué lo preguntas?

—Ah, porque la señora Shin nos ha invitado a su casa a ver la nueva película de Do Kyungsoo. Va a preparar un estofado irlandés. Pero bueno, no hace falta que vengas.

—Esta vez paso. De todas formas, estoy seguro de que se lo pasaran muy bien sin mí. —Le di un golpecito en el hombro con el mío y con una sonrisa de oreja a oreja.

—No es lo que piensas.

—No sabes lo que pienso.

Mi padre no había salido con nadie después de la muerte de mi madre y no había sido porque yo no lo hubiera intentado emparejar con mujeres. Me había pasado gran parte de los años de universidad intentando que se apuntara a páginas de citas, antes de que enfermara. Me moría de ganas de que fuera feliz y no quería que pensara que no podía serlo por mí.

—Solo es una película y una cena.

—¿Es una cena? Pensaba que era al mediodía.

Fuimos al supermercado que había en la esquina de nuestra calle y vi que se había sonrojado y estaba como un tomate. No pude evitar emocionarme. Aunque era una reacción humana corriente, en su rostro pálido me pareció el mejor de los amaneceres.

—No te preocupes, tengo otros planes por la tarde. ¿Cómo está Yang? — Se rascó la cabeza.

Cierto. Yang. Hacía semanas que no hablaba de él con mi padre, aunque claro, incluso cuando salíamos me costaba que viniera a Gangwon. Mi padre no sospechaba nada, porque como yo trabajaba tanto, era como si no tuviera tiempo para estar con él. No quería mentir a mi padre, pero la bola se había hecho tan grande que ahora me sentía demasiado mal para confesar, especialmente en un día tan bonito y soleado como ese en el que estábamos tan felices y sonrientes.

—Está bien, papá. —Le di un abrazo—. Le va muy bien en El pensador. — Técnicamente, no era una mentira, ya que nuestros supuestos amigos en común me habían contado que habían ascendido a Yang a editor júnior. Para ellos, era otra razón por la que debería olvidarme de mi ego y perdonarlo. Para mí, tan solo era una prueba de que seguía acostándose con su jefa.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora