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Namjoon

A pesar del desdén que intentaba sentir por Jungkook, no pude evitar que las piernas me llevaran a la decimoquinta planta.

Estaba demasiado entusiasmado por la imprudencia que iba a cometer y necesitaba que alguien me detuviera.

Había dicho que nos veríamos en diez minutos, pero yo me había dirigido directamente hacia el ascensor sin pensármelo dos veces. Junmyeon, que me había acompañado a la gala, pero se había ido antes porque era un alcohólico en rehabilitación y no le gustaba estar rodeado de alcohol, era simpático, pero no hacía que el corazón se me encogiera y me empezara a latir frenéticamente como un cachorrito enamorado. Era gracioso y encantador, pero nuestra relación era informal y con él todo parecía demasiado familiar. Su voz me acariciaba la piel como si fueran plumas.
Cuando hablaba con Jungkook, sin embargo, era como si un depredador me agarrase por la nuca. Por mucho que odiara que Jungkook se mostrara posesivo conmigo, llevaba razón en que Dean era asqueroso y pegaba más entre rejas que siendo el presidente de una empresa de comunicación.

Me había dicho que estaba muy guapo, y no pasaba nada, pero luego había mencionado la suite del hotel y eso ya era más preocupante. Evidentemente, no mencioné que su hijo ya me la había enseñado y me lo había hecho en seis lugares diferentes en dicha suite.

La decimoquinta planta era privada. En el cartel del ascensor ponía que era la galería de arte. Cuando llegué, pasé la tarjeta por delante del lector del ascensor y una luz verde resplandeció a mi espalda. La puerta se abrió. Entré en la habitación y pisé el suelo de mármol con paso firme. Me quedé sin aliento.

La gran habitación de planta abierta estaba llena de réplicas de esculturas famosas; había estatuas a tamaño real de El pensador de Auguste Rodin, El discóbolo y La Venus de Milo de Alejandro de Antioquia, y los mármoles de Elgin. Desde el centro de la sala, el David de Miguel Ángel me miraba con rostro imperial y condescendiente. El hombre, de más de metro ochenta, era mucho más pequeño que el original, pero igual de impresionante.

Me temblaron las piernas ante la belleza y la violencia de las esculturas. Todas tenían algo en común: estaban totalmente desnudas y desprendían erotismo sin tapujos. En la habitación no había sillas, ni sofás, ni ningún lugar en el que hacer algo aparte de admirar la belleza que tenías delante. Por un momento, me pregunté de quién habría sido la idea de crear esta sala. Pero no. Lo sabía perfectamente.

Del hombre que era tan atractivo como un cuadro, tan implacable como el arte y tan duro como el mármol.

Paseé por la habitación y acaricié los pechos esculpidos y las bocas entreabiertas de placer. Olía a piedra limpia fría y descascarillada. Había poca luz y gran parte de la habitación era de color azul oscuro.

Pensé en mi padre y en el tratamiento experimental que le había ofrecido nuestra nueva compañía de seguros, pensé en la esperanza que había visto en sus ojos cuando me había dado la noticia y en la fe que sentí crecer en mi corazón, como si fuera una semilla que iba a brotar hasta convertirse en algo que no podría controlar. Todo iba demasiado deprisa y a la vez demasiado lento desde que había empezado a trabajar en OBC.

—Tengo miedo. —Me agaché y miré a la mujer de mármol que se masturbaba en la bañera. Ella no le contaría mi secreto a nadie. Me escucharía y puede que hasta me entendiera. Tenía una expresión desafiante. Valiente. No le avergonzaba lo que hacía—. Mi vida es un desastre y mi padre se está muriendo. Todo lo que quiero parece inalcanzable, a kilómetros de distancia. ¿Tú también tienes un corazón solitario? —susurré mientras le acariciaba la mejilla.

No puedo enamorarme. Esto es solo lujuria y confusión. Es lo que ocurre cuando estás a punto de perder a un padre y de conseguir un amante de dudosa reputación.

CONVERSE (KOOKNAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora