Como en una nube

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     MARCOS

La observo embelesado. No quiero levantarme de la cama. No quiero ir a ningún lado sin ella. Sé que luego vendrá a mis ensayos y concierto. Igualmente, me resisto a separarme de ella. Además, entonces no estaremos solos. Quien no dice que empiece a ignorarme. Que se resista a mostrar en público que estamos tomando nuestro primer contacto en un inicio de una posible relación... supongo. Salvo que sea algo casual y me despache en cuanto se harte. Y entonces no podré besarla. No podré ofrecerle mis arrumacos. Esos en los que la haga gemir de placer y extrañarme más tarde.

    Acabamos de hacer el amor. No me creo que esto haya pasado, pero sí. He conseguido traspasar su lado más íntimo y sensual. Y me ha gustado mucho. Me ha dejado amarla sin oponerse. Solo tengo una duda: en el momento en que ha cerrado los ojos, ¿en quién estaba pensando? ¿Era consciente de que yo mismo le hacía el amor o se estaba imaginando al amor de su vida, ese que ya partió para no regresar nunca? Ojalá pudiera leerle la mente y saberlo. Aunque eso se convirtiera en una decepción. Yo mismo le dije que no me importaba. Sí que me importa. Sí me duele. Solo que sé que necesita de estas pinceladas para ir poco a poco pasando página. Dudo que llegue a pasar página del todo. Nunca se olvida a un amor verdadero que ha dejado una gran huella en ti.

    Levanto mi mano para observarla. Está entrelazada por los dedos a la de ella. Sonríe cuando lo hago.

    —¿En qué estás pensando? —me pregunta.

    —En que no me creo que esto esté pasando. No me creo que esté aquí, contigo, así —confieso con sinceridad.

    Respira muy hondo. ¡Joder! La he cagado.

    —¿Mi pregunta te ha enfadado?

    Niega sin perder la sonrisa.

    —No. No —contradice, obligándose a sonreír. ¡Como si no se le notara a kilómetros que es una risa fingida!—. Es solo que estoy cansada de huir de aquellas buenas personas que tratan de rescatarme. —Chasquea la lengua colocando una mueca irónica—. Pero no soy ninguna princesa en apuros. Que lo sepas. No necesito que me tengas lástima, o me trates como si no supiera cuidar de mi misma.

    En eso tengo la exclusiva porque ya lo he estado observando desde hace tiempo. Por poco que nos conozcamos todavía.

    —Así que no me trates como tal —insiste.

    Alzo las manos sin soltar la que sigue aferrada a ella.

    —Trato hecho —casi juro, rendido. —Hago una pausa de unos breves segundos—. Esto que está sucediendo... ¿Es el inicio o posibilidad de algún tipo de relación?

    Regresa a la seriedad. ¡Oh! Oh. Temo a su respuesta.

    —Aún no lo sé. Déjame pensarlo.

    —No lo pienses demasiado. Mi paciencia no es que sea inagotable.

    La hago reír de nuevo.

    —¡No seas tan ansioso! Todo a su tiempo.

    Hay un brillo especial en sus ojos. En su rostro. No ha dejado de sonreír. Verla feliz me causa alivio. Ya no es la eterna mujer triste que conocí un día, por casualidad, en una fiesta. Eso me da esperanzas de que realmente sí necesitaba ser rescatada de su tristeza y que lo estoy logrando.

    —Ojalá y no tenga que irme —insisto—. Pero he quedado con César y con Julián un poco antes de que nos juntemos todos. Queremos planear el concierto. Ensayar un poco más que más tarde. Charlar de cosas de chicos. De futuros músicos famosos —largo, como si eso fuera a pasar de verdad. Quiero creer que vamos a triunfar, ¿por qué no? Puedo llevar la empresa de mi padre y salir a los escenarios. ¿Cómo me organizaré, entonces? ¡Y yo qué sé!

Música para el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora