En bucle

31 4 7
                                    


   MARCOS

  El avión toma tierra. El alivio se vuelve inmenso. No ha sido un vuelo fácil. En un momento dado entré en pánico. Lo oculté para que no me creyeran cobarde. Por fin, toco los pies en suelo firme. Y respiro tranquilo.

    Inmediatamente, nos llegan instrucciones. Levanto un dedo pidiéndole un momento a mi padre. Me lo niega. Quiero llamar a Paula para decirle que he llegado bien y no me va a ser posible. ¡Condenado ajetreo que ni siquiera me da la vida para usar el puto teléfono, aunque sea por cinco minutos!


    Demuestro cuanto valgo. Mi padre me ha dejado ser quien publicite nuestros productos; hablar de ellos en una jerga que resulten tan atractivos como los describimos en nuestra Web de la empresa. Habíamos logrado que picaran el cebo. Con mis palabras, les ha parecido una oferta mucho más atractiva. Además, evidentemente, lo mejor de empresa son nuestros adorados clientes: esos que gastan su dinero en nosotros y nos hacen crecer con sus buenas críticas. Suerte que las malas son mucho más escasas. Nos esforzamos por mejorar, ¡por supuesto!

    Un par de reuniones más y seré un poquito libre hasta la comida obligada. Tengo que exprimir cada minuto que me acaban de dar suelta. La llamo. Estoy de camino al restaurante. Le he pedido a mi padre que me deje ir por mi cuenta para tener este momento de intimidad. No me ha mirado con muy buena cara. Pero es lo que hay. ¡Con el navegador de Google y su aplicación de mapas y callejeros, es casi imposible que me pierda! Por lejos que esté de casa.

    —¡Hola, Marcos! ¡Me tenías muy preocupada!

    Las horas que son, me ha dicho que acaba de salir de la tienda e iba de camino al coche para largarse a casa a comer. No la entretendré demasiado. Si bien sí que me urge demasiado escuchar su voz. ¡Ya quisiera tener más tiempo libre para hacerle ahora mismo una videollamada!

    —Siento no haberte llamado nada más he aterrizado. «El jefe» me ha traído de cabeza.

    —Te perdono.

    ¡Qué bonita es! Ya creía que iba a gritarme como una posesa. Pero se conforma. Eso me tranquiliza. Aunque imagino lo que habrá pasado hasta saber de mí. Habrá llevado de cabeza a su tía Rosa. Y, tal vez, hasta le habrá gritado un poquito más de la cuenta a Olimpia, que es esa que tan poco le simpatiza. Espero que se esté portando bien después de su promesa.

    Hago como que me toco por todo el cuerpo. No puede verme. Solo escucha unos confusos sonidos por el auricular.

    —Vale. Te aseguro que sigo entero. Respira aliviada —bromeo, divertido.

    —¡Más te vale!

   Me hace reír. Si cuando digo que es la calma en mi tormenta... es porque lo es y se lo tengo muy agradecido.

    —¿Y por ahí? ¿Cómo va todo por ahí? ¿Cómo te ha ido la mañana? ¿Qué tal todo con Olimpia?

    Resopla al otro lado.

    —Ella te echa de menos. Debe de ser que habéis hecho las paces —masculla con retintín.

    —¡Pero qué embustera eres!

    —Bueno... igual va y ocurre así.

    Vuelvo a reír. Le contagio de mi risa. Estas bromas van muy bien para rebajar la tensión que llevo arrastrando desde que salí la pasada madrugada de Madrid.

    De fondo, se escucha el motor del taxi en el que estoy subido. De vez en cuando, la cobertura se entorpece. Regresa de nuevo para mantenerme ocupado a mi amor.

Música para el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora