Frustración

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     PAULA

No puedo creerlo. Al otro lado de la puerta está Marcos. Sonríe como si tuviéramos una complicidad forjada.

    —¿Cómo? ¿Tú...?

    —¿Sorprendida?

    —¡La verdad... sí! —Trago saliva con dificultad. ¿Cómo diablos sabe dónde vivo?—. ¿Cómo me ha encontrado?

    Frunzo el ceño con molestia al preguntarlo.

    —¿Quién te ha dado mi dirección? —sigo preguntando.

    —Prefiero que no lo sepas. No quiero que rueden cabezas, ni que me traten de chivato.

    ¡Ellas! ¡Quién sino! Puedo sospecharlo.

    —¿Prefieres que te torture para que confieses? —Ladeo la cabeza al preguntarlo, entornando la mirada con tono amenazante.

    Arquea ambas cejas, divertido.

    —¿Lo harías?

    No me río. Quiero que sepa que no estoy bromeando. Que quiero que escupa esa importante información.

    —Tienes que marcharte. Estoy bastante ocupada.

    —Yo también. Pero me he tomado un poco de tiempo para hacer las paces. —Saca de detrás de su espalda un par de bolsas de papel con el nombre de un restaurante de comida rápida, mostrándomelas—. Traigo comida a domicilio.

    Las paces. ¿Por qué? No hemos peleado. Solo es que no confío en él. No me apetece iniciar otra relación sería, mientras que mi parte traviesa grita «¿y por qué no?».

    Por Guillén. Todavía no estoy curada.

    —Estoy preparándome una deliciosa sopa. Así que, no, gracias. Estoy servida.

    Coloca una mueca de lástima.

    —Es una lástima que tenga que comerme yo toda esta comida. Es más, quería quitarte trabajo y mira, ni aceptas —responde decepcionado, mostrando una sonrisa burlona sin cortarse ni un pelo. ¡Cómo no!

    —¿A cambio de qué?

    Frunce el ceño.

    —¿Por qué todo ha de ser a cambio de algo? ¡No soy tan interesado! —protesta.

    —Ahora asegurarás que soy una exagerada.

    —¿Lo eres? —Arrugo todavía más los ojos. Sacude la cabeza, perdido. Porque sí. Porque ha perdido esta batalla.

    —En fin... puedes comerte la sopa. Esa que es más insípida, desaborida, mucho menos atractiva que la comida a la que te invito. Pero si cambias de opinión, mira qué bien huele esta.

    Abre la bolsa y me enseña unos recipientes cerrados de porciones de algo. De pollo frito, por lo que huelo. Puede que se haya pasado por alguno de esos restaurantes americanos de moda, de comida rápida. ¡Y es que huele muy bien! Me está tentando y no lo soporto. Mi estómago da una voltereta de alegría. Mis papilas gustativas acaban de empezar una fiesta colocándose con velocidad su servilleta debajo de sus gaznates.

    —¿Qué? ¿Vas a dejarme pasar? ¿Comemos juntos? ¿O mejor me largo?

    Lo miro de arriba a abajo. Va muy bien vestido. Nada que ver cuando lo vi en la fiesta con ropa mucho más informal y he de reconocer que cualquier prenda le queda increíble, por mucho que me cueste reconocerlo. Seguro que viene directo de la oficina. Supongo que debe de trabajar en alguna oficina. No sé en qué puesto debe de estar. Debe de ser importante teniendo una secretaria propia. Se rodea de gente importante. Gente forrada hasta los dientes. ¿O solo busca aparentar?

Música para el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora