Todo o nada

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     PAULA

Finalmente, Marcos no se ha dejado caer por la floristería. En su lugar, ha venido a recoger el pedido su secretaria. Así se ha identificado la mujer que se ha plantado frente al mostrador. Siento una leve decepción en mi fuero interno.

    ¿Hablas en serio? ¿Qué sientes por él, realmente?

    ¡Y yo qué sé! Ojalá lo supiera. Perdóname Guillén por este, mi atrevimiento. Debe de estar causado por el síndrome del nido vacío.

    ¡Oye, deja de sujetarlo con tanto ímpetu como la cría que se aferra a su globo de helio para que no se vuele! Él ya ha partido. ¡Deja que descanse en paz!

    Me siento culpable por discutir conmigo misma para que lo suelte. Y siento que no es tan fácil soltar. Sobre todo, algo que has amado tanto. Algo que te ha llenado de instantes hermosos. De sentimientos rebosantes de felicidad que atesoro con la ambición de no perderlos nunca. Instantes íntimos y cercanos que no regresarán. Si pudiera ir atrás en el tiempo, cambiaría este futuro. Pelearía con quien fuera para que Guillén continuara con vida. ¿Qué mal hizo él para que se lo llevaran? Era todo corazón.

    Y me aterra dar un siguiente paso. Porque me niego a perder al amor de mi vida, de nuevo. Porque, sinceramente, no sé soltar si me es arrebatado de manera tan cruel. Mucho menos, después de haberlo amado tanto. De seguir amándolo. Nada se olvida, aunque el tiempo pueda aliviar. Pero jamás, sanar del todo.

    Suspiro. Recuerdo que tengo a una clienta esperando, observándome a la espera de que la mire y termine con su compra. Supongo que no puede perder el tiempo, cuando su tiempo será oro, como el mío.

   Mientras coloco las plantas en bolsas diferentes para que pueda llevarlas bien y causarles el menor daño a su contenido, me fijo en ella de reojo. Es una mujer hermosa. Va muy bien vestida. Huele a un perfume suave que me hace inhalarlo por varias veces porque es intenso y agradable. Es cuando mi lado conspirador empieza a confabular.

    «Con mujeres tan guapas así en su oficina, incluso Marcos podría tener como pareja a alguien así de guapa y de tan buena apariencia. ¿Tú crees que sigue soltero? ¡Qué ingenua!».

    ¡Deja de meter cizaña, vocecilla molesta!

    —Muchas gracias —susurra ella, mostrándome una agradable sonrisa, cogiendo bien las bolsas que dejo encima del mostrador.

    Imprimo el resguardo de la compra. Se lo entrego. Lo vuelve a agradecer.

    Luego, la despedida cordial. Sigo fijándome en ella mientras se marcha.

    Olimpia se acerca.

    —Es guapa, ¿verdad?

    —Lo es.

   —Quién no dice que él pueda estar teniendo una aventura con ella. Con alguna de ellas. Porque, chica, qué guapura de mujeres hay en su oficina.

    Me encojo de hombros.

    —Que haga lo que quiera.

    —Pensaba que ibas a patalear en un berrinche.

    Ruedo los ojos y la dejo allí, en blanco. No pienso seguir teniendo conversaciones de este tipo con nadie. Me niego.


    Durante las noches de lo que resta de semana, mis amigas y yo nos limitamos a planear la famosa salida al concierto. Realizamos varias videollamadas y de paso, nos echamos unas risas. No hay nada mejor que esa desconexión que te aparta de todo lo que te ha sido un fastidio durante la jornada. Del cansancio que machaca los músculos tras largas horas de trabajo.

Música para el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora