Capítulo 18: ¿150 mil?

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James

Introduzco la llave en la cerradura de la puerta de mi apartamento y al abrirla, no puedo evitar fruncir el ceño al encontrar mi apartamento a oscuras.

¿Ava ya se fue a dormir?

Lada sale a recibirme con pequeños maullidos y mientras me quito la gabardina manchada por la ligera lluvia que logré pescar, camino hacia la cocina.

Traté de salir temprano, pero no paraban de detenerme a cada instante preguntándome cosas que ya había dicho anteriormente, pero tampoco podía molestarme con ellos. Alguna vez estuve en la misma situación y sé lo que era no poner atención a eso.

No cuando no podía dejar de pensar en cierta chica de ojos azules.

Al parecer las viejas costumbres no mueren tan fácilmente. Mucho menos cuando lo único que quería era pasar tiempo con Ava antes de que la noche llegase y mis días con ella estuvieran acortándose con el paso de estos.

Al entrar a la cocina, encuentro un tazón de lo que parece ser sopa y al acercarme y tocarlo, veo que aún está tibio.

¿Hizo sopa para mí?

El pensamiento me hace sonreír y tras dejar las llaves en la encimera y dirigirme al cajón donde guardo las latas de Lada, miro el suelo y me doy cuenta de que hay una lata nueva ahí.

Ava ya le ha dado de comer.

Mientras me agacho a recogerla, no puedo evitar sonreír completamente.

¿Qué más habrá hecho esta increíble mujer?

Caliento el tazón de la sopa y antes de que el microondas suene, lo detengo y tomo una cuchara mientras comienzo a caminar hacia las habitaciones.
Veo al pasar por mi estudio que ella ha dejado alguna de sus cosas ahí, lo que me hace recordar que no tiene un escritorio en su habitación para poder usar.

Al pasar por su habitación, me detengo y no puedo evitar apoyar mi oreja sobre la madera.

Nada.
Absoluto silencio.

Estoy tentado a abrir y ver cómo está, pero si ella llega a despertar y me ve, sería muy raro de narices que yo esté haciendo eso. La asustaré y pensará que soy un maldito acosador. Así que desisto y entro a mi habitación con Lada a mi espalda.

Mi gata se acurruca en su espacio y mientras me desvisto, no puedo evitar sacar la pequeña caja de terciopelo de mis pantalones. La examino pasando mis dedos sobre la suave tela  y tras soltar un suspiro, la llevo a la cómoda y la dejo ahí.

Tenía planeado dárselo a Ava hoy, pero no calculé el contratiempo que iba a tener al salir y el tráfico que iba a tener que atravesar.

Bueno, es comprensible ya que estamos hablando de un viernes por la noche, es común que haya bastante gente en las calles sin importar la hora del día.

Quito la corbata de mi cuello y la seda se desliza de mi camisa con un susurro convirtiéndose en un pedazo de tela color gris pizarra en mi suelo. Paso a desabotonarme la camisa mientras entro en mi baño y enciendo la ducha.

¿Le habrá gustado el apartamento? ¿Se estará adaptando bien? ¿Lada le habrá dado problemas?

Las preguntas se repiten una y otra vez en mi mente mientras escucho el agua comenzar a correr y tras un fuerte suspiro, no puedo evitar terminar de desvestirme y meterme bajo el chorro de agua. 

Tener a Ava en mi departamento me sigue pareciendo irreal, es algo que nunca creí llegar a imaginar que sucedería. Y ahora que la tengo aquí, no puedo evitar pensar en todas las maneras en las que podría besarla. Poseerla. Hacerla mía.

El chico del café por las mañanas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora