Capítulo XIX

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Mil disculpas por la demora. Penúltimo capítulo de esta zaga. 

Mil gracias por su paciencia y por su retroalimentación. Si pueden, oigan la pieza que acompaña esta entrega, porque es de mis favoritas.


La señora Berguzar le abrió la puerta a mediodía, cuando volvió a su casa después de pasar la mañana trabajando con Mert en el montaje de la muestra. Por la cara de la ama de llaves supo de inmediato que sucedía algo.

- Buenas tardes, señora Berguzar. ¿Alguna novedad en casa?

- Su suegra la espera en la sala, señora – respondió la mujer.

Esra se asomó a la puerta para descubrir a su suegra sentada rígidamente, como si estuviera a punto de rendir un examen.

- ¿Qué tal, Leyla? No la esperábamos – saludó cortésmente ingresando en la sala.

- Hola, Esra. Vine a hablar contigo.

- ¿Vino desde Soma?

- No. Llegué ayer desde ahí, pero dormí en Estambul.

- ¿Pero... por qué no vino con nosotros? – preguntó Esra algo confundida. Si bien era cierto que su suegra rara vez los visitaba, lo concreto es que cada vez que iba a la ciudad se quedaba con ellos, aunque sus visitas fueran escasas.

- No quise molestar.

- Esta es la casa de su hijo y sabe que es bienvenida – replicó Esra más que nada para demostrar modales, porque lo cierto es que su suegra no le agradaba mucho, por razones obvias.

En ese momento la señora Berguzar se acercó para ofrecerles algo de beber, pero su suegra no quiso beber nada, ni siquiera un té.

- Esra, no quiero importunar. Vine porque necesito hablar contigo – mencionó su suegra cuando volvieron a quedarse a solas – No fue fácil decidirme, pero después de darle vueltas, estoy aquí. Halit no lo sabe.

- Usted dirá – señaló Esra tomando asiento intrigada. Su suegra se veía inquieta e indecisa, algo bastante extraño tratándose de ella.

- Pensé que te encontraría en casa durante la mañana.

- Estamos trabajando en una exposición que montaremos en unas semanas más.

- Ya veo – señaló su suegra bajando la mirada. Esra la miró con atención. Halit había heredado sus ojos. Era una mujer alta y algo maciza, pero sin llegar a ser gruesa.

- De haber sabido que quería hablar conmigo, habría llegado antes.

- No te preocupes, no llegué hace mucho.

- Me alegro de que no haya esperado tanto.

Al ver que su suegra no se animaba a hablar, Esra sugirió que se cambiaran de habitación:

- Si lo que quiere decirme es muy privado, podemos ir al despacho de Halit.

- No es necesario.

- Como usted prefiera.

- Esra te voy a ser sincera. Ayer hablé con mi hijo. Lo visité en su oficina a esta misma hora.

Esra la miró fijamente. Tal vez eso explicara la mala cara que tenía Halit cuando ella llegó en la tarde.

- Halit no me lo mencionó – reflexionó Esra en voz alta.

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