Capítulo III

86 17 4
                                    

Acá otra vez, dejándoles una nueva continuación, pero esta vez es más cortita.

Mil gracias por sus comentarios y votos.

El vestido negro se ajustaba a su figura como un guante. Sobre el fondo del vestido había una suave capa de encaje del mismo color y si bien la prenda podía parecer un poco austera, tenía un triángulo descubierto en la espalda. Se calzó unas altas sandalias doradas de Gianvito Rossi que combinaban a la perfección con el color ciruela de sus uñas. Luego ajustó una ligera tobillera de oro a juego con la pulsera que llevaba en su muñeca derecha, se dejó el pelo suelto y aplicó un ligero rosa oscuro en sus labios, para darles una tonalidad natural. En ese momento Halit tocó a su puerta.

- Puedes pasar – señaló Esra.

- ¿Estás lista? – preguntó Halit mientras abría la puerta.

- Casi – respondió mientras se acomodaba el abrigo.

- Te ves... Impecable – dijo Halit vacilando.

- Gracias – replicó cortésmente.

- ¿Nos vamos?

- Por supuesto.

Mientras el señor Ahmet los conducía hacia la casa del cónsul chileno en Estambul, Halit no pudo menos que observar de reojo las piernas cruzadas de su acompañante cada vez que una farola iluminaba el interior de la limosina. No era un fetichista, pero esa tobillera sobre sus sandalias doradas le parecía un detalle exquisito, un toque de audacia en su aspecto, considerando que el vestido era bastante serio.

- Espero que la velada no te resulte aburrida.

- He estado leyendo sobre Chile y sobre la minería del cobre que desarrolla la empresa estatal Codelco. También he leído sobre la minería privada del país.

- No sé porque no estoy sorprendido.

- Además, como bien me señalaste, asistirán Mehmet y Günce.

- ¿Hace cuánto tiempo son amigas Günce y tú?

- Desde hace más de 14 años. Cuando mi padre dejó de ser embajador en Estados Unidos, volvimos a vivir a Estambul y lógicamente llegué a una nueva escuela. Günce fue la primera en hablarme en el salón de clases y valoro ese gesto, puesto que ya estábamos en los últimos años. Sin ella mi adolescencia hubiera sido de completo aislamiento social.

- ¡Vaya! Una amistad duradera – mencionó Halit. Lo que no mencionó es que la tal Günce no le parecía precisamente una buena amiga si estaba intentando sutilmente seducir al marido de su amiga. No era idiota y si bien el coqueteo no era descarado, no había podido evitar notar que Günce siempre reía más con sus chistes, que su mejilla se detenía más tiempo del necesario junto a la suya cuando lo saludaba con un beso o que su mano apretaba demasiado cuando lo tomaba del brazo y dejaba reposar su pecho junto a este. Era obvio que, de haberlo deseado, se podría haber liado con Günce, pero había varios motivos para no hacerlo: primero Mehmet era un hombre al que le tenía respeto y admiración, era un tanto bonachón e incluso un poco cándido, pero Halit lo apreciaba muchísimo. El otro motivo es que Günce ni siquiera le parecía atractiva, pese a ser una mujer evidentemente bonita, pero su cabeza estaba, definitivamente, hueca.

¿Era su idea o Halit le estaba mirando las piernas? Un suspiro involuntario escapó de sus labios. Hubo algún momento, hace dos años, en que Halit la encontró atractiva o deseable, después de todo la llamó dos veces para invitarla a salir, pero nunca volvió a hacerlo nuevamente o al menos no en un plan de cita. Luego de su encuentro en el parque, ella lo llamó cuando hubo empeñado las joyas de su madre. Él le dijo que se reunieran en un café de su agrado y cuando se encontraron hablaron de negocios. Halit le dio algunas recomendaciones de inversión, explicándole latamente las razones de esas recomendaciones. Pese a que sólo las empeñó, Esra obtuvo por las joyas de su madre una suma equivalente a los quince mil dólares americanos, por lo que compró las acciones que Halit le indicó, luego de dejar un poco para pagar cuentas y cubrir una cuota de la hipoteca y ganar así algo de tiempo. Luego de eso se reunieron algunas veces más, siempre en el mismo lugar y la tónica de sus encuentros era siempre la misma: Halit le hacía recomendaciones financieras que ella escuchaba con mucha atención y luego él le preguntaba por su situación familiar. Era extraño, recordó, pero no tenía temor de explayarse ante Halit, ni de confesarle como iban las cosas con su hermano y con su padre. Él siempre parecía adivinar su estado de ánimo y hacer las preguntas adecuadas. Halit no sólo la entendía, sino que además poseía un sentido práctico del cual Esra carecía. Ella comprobó, al pasar las semanas, que empezaba a anhelar cada vez más esos encuentros, aunque él no manifestaba ningún interés romántico en ella.

Sin embargo, luego de varios encuentros y cuando ella ya estaba acostumbrada a estos, Halit pareció comenzar a esquivarla. Tardaba en responder a sus mensajes y ponía montones de pretextos para dilatar sus reuniones. Esra comprendió entonces, que, así como Cemil se había alejado de ella, probablemente Halit estaba haciendo lo mismo. Seguramente tendría un nuevo interés romántico o sencillamente ella ya había agotado su paciencia, después de todo cuando estaba con él no hacía más que recibir consejos y sugerencias, así como hablarle de sus problemas. ¿En qué momento se le ocurrió que podría mantenerlo entretenido hablándole de su complicada relación con su hermano o con su padre? Para no importunarlo, así como también por dignidad, ella también dejó de insistir. Después de todo, Halit no tenía ninguna obligación con ella. La había orientado desinteresadamente e incluso había recibido más apoyo de él que de otras personas que se decían sus amigas. Si él no quería verla más, entonces correspondía que ella respetara su decisión y no insistiera.

Con horror comprobó, asimismo, que dejar de verlo y pensar en que ya no la llamaría más, le provocaba una opresión en el pecho, opresión que la hacía llorar copiosamente. ¿Se habría enamorado de ese hombre de modales rudos que, pese a todo, parecía tenerlo todo bajo control? La respuesta la obtuvo dos semanas después: Halit, quien no había dado señales de vida en todo ese tiempo, la llamó por teléfono para invitarla a salir. El envión anímico que sintió fue tan potente que sólo cabía una opción: estaba verdaderamente enamorada de ese hombre. Mientras él la invitaba a verse en el café de siempre ella tuvo que realizar ingentes esfuerzos por no chillar de emoción. El día de la cita se esmeró en su aspecto, cuidando de no parecer demasiado provocativa o lucir demasiado desesperada, mientras se debatía en un mar de dudas: ¿sería conveniente confesarle sus sentimientos? No, no podía hacer eso. Tal vez lo mejor sería darle señales, pero no ser tan directa. Seguramente había herido su orgullo rechazándolo dos veces y más valía irse con calma. Lo mejor de todo es que si él la correspondía, sabía que sería un sentimiento genuino, puesto que Halit conocía perfectamente bien cuál era su situación y la de su familia.

Pese a que era una señal inequívoca de ansiedad, llegó a la cita diez minutos antes de lo acordado. Procuró serenarse respirando hondo. ¿Notaría él su anhelo? ¿Se daría cuenta? ¿Compartiría sus sentimientos? Cuando lo vio aparecer a la hora acordada, no pudo disimular su alegría de volver a verlo, pero Halit parecía serio.

- ¿Hay algún problema? – había preguntado nada más verlo.

Él la había mirado largo rato con esa mirada inescrutable que a veces tenía y luego le había hablado con voz baja:

- Esra, hay un negocio que deseo proponerte. Creo que puede ser ventajoso para los dos.

- ¿Negocio? – había preguntado ella ingenuamente – Bien sabes que tengo mi escaso capital invertido en las acciones que me recomendaste.

- No es un negocio en el que tendrás que invertir dinero, sino que tiempo y trabajo.

- ¿Trabajo? ¿De verdad tienes un trabajo para mí? – preguntó ella extrañada.

- Sí, hay un trabajo que creo que puedes desempeñar para mí y serás muy bien recompensada.

- ¿Quieres abrir un museo? – había inquirido con algo de humor.

- Quiero que seas mi esposa.

ConvenienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora