Capítulo II

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Holaaaa... Nuevo capítulo. Por favor, comenten para ver si se entiende la historia, porque va transcurriendo en presente y pasado.

Mil gracias por su retroalimentación.

La pregunta la había turbado, era evidente. La ira bullía en su interior. No sabía si la furia nacía de la sospecha de que Esra estaba incumpliendo las cláusulas contractuales, de pensar que era tan estúpida como para enredarse con un hombre que la había dejado cuando más lo necesitaba o de sólo imaginar que Cemil tenía lo que él no tenía.

- No entiendo tu pregunta – respondió vacilante - A veces coincido con Cemil en alguna actividad, pero no es algo premeditado.

- ¿Ah no?

- No. Es decir, a veces salimos juntos, como hoy, por una actividad puntual, pero no somos amigos cercanos, ni nos frecuentamos habitualmente. La semana pasada, por ejemplo, me lo encontré en una exposición y ahí me comentó que su novia no podría acompañarlo a ver a Igor Levit y me ofreció su entrada.

Halit asintió mirándola como si no le creyera ni media palabra.

- No entiendo tu pregunta, Halit. Jamás te ha importado con quien me veo – replicó confundida.

- Porque pensé que cumplías a cabalidad las condiciones del contrato.

- ¡Y lo hago! ¿Es que acaso se te ha cruzado por la cabeza la peregrina idea de que sería tan... tan... - hizo una pausa sin hallar la palabra - torpe como para liarme con Cemil? La mera duda me ofende – señaló bajando la voz. Esra era así, medida, controlada, mesurada. Jamás gritaba, jamás se ofuscaba, jamás maldecía, jamás daba portazos, aunque para ser honestos, su relación no era la de iguales. Él era más su jefe que su marido. En ese momento ella vestía una delicada blusa de seda color marfil de manga corta y una ajustada falda azul cobalto. Sus manos, adornadas por su alianza de boda y su anillo de compromiso, permanecían quietas sobre la mesa. Una delicada pulsera de esclava dorada refulgía en su muñeca derecha, bajo la luz de la lámpara. No sólo era bella, pensó Halit, sino que además poseía unos ademanes exquisitos. Sí, era hermosa, incluso ahora, en que lo observaba directo a los ojos, con la incredulidad dibujada en la mirada.

- Cuando te propuse el acuerdo no pensé en lo que serían para ti dos años sin... ya sabes.

- ¿Sin pareja? – inquirió ella.

- Sin sexo – replicó Halit. Verla enrojecer como un tomate después de oírle mencionar la palabra sexo le causó un placer malsano. Esra era tan fría, tan centrada e inconmovible que le causaba gusto ver que al menos era capaz de hacerla enrojecer.

- Eso no es tu problema.

- Pero para ti sí puede representar un problema.

- Cuando me ofreciste el trato, lo medité lo suficiente y cuando adquiero un compromiso lo llevo adelante, cueste lo que cueste.

- ¿Estás segura?

- ¿Crees que, si tuviera un amante, sería tan tonta de permitirle que me traiga hasta casa? Puede que no tenga tu brillante cerebro, Halit, pero eso no me hace insensata.

- No he dicho que lo seas.

- Sólo una mujer con muy baja autoestima se enredaría con el hombre que la abandonó y la autoestima no es mi problema.

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