Capítulo 3

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~¿Amigos?~

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El calor del verano azotaba duro y mi sotana negra no ayudaba mucho para evitar que el sudor corriera por mi rostro.

Iba de vuelta al seminario después de llevar las provisiones como cada viernes al orfanato de unos kilómetros. Durante la semana, nuestros familiares o gente de los pueblos aledaños traían comida y ropa para los niños huérfanos, y se me había asignado la tarea de ir todos los viernes para hacer entrega de la colecta a la madre superior.

En realidad no estaba lejos, me gustaba salir y caminar un poco, y qué mejor que llevando comida y ropa a los niños huérfanos para verlos por unos minutos, les contaba algunas historias y después de pasar un buen rato con ellos, regresaba a mi lugar para seguir con mis estudios y labores.

El camino fue tranquilo como siempre. Disfrutaba de la naturaleza alrededor de mí y momentáneamente me detenía para limpiar el sudor de mi frente con una pañoleta, pero en una parada que hice para quitar el agua sala, visualicé a lo lejos algo que llamó mi atención.

Sakura iba caminando a unos metros de mí cargando algunas cosas y pude notar que lo hacía con dificultad, me acerqué a ella para ayudarla sin detenerme a pensarlo y cuando estuve cerca, pude atrapar uno de los morrales que estaba a punto de caer.

—¿Necesitas ayuda?— La miré y pude darme cuenta de su sorpresa.

—¡Hermano! ¿Qué está haciendo aquí?

—Fui a llevar víveres a un orfanato cerca de aquí—Hablé tranquilamente —Todos los viernes lo hago, pero, ¿qué haces cargando todo eso tú sola?

—Mi madre me pidió traerle unas cosas que le hacían falta para la cocina— Miró todo lo que llevaba en sus manos —Parece que nunca voy a terminar de dar vueltas.

Dejó salir una risita tan tierna que provocó que mis ojos se clavaran más en ella, hasta que recordé el porqué de haberme acercado.

—Déjame ayudarte— Tomé algunas de las cosas que Sakura llevaba, dejándola solo con un morral que no parecía pesado y yo cargué lo demás —¿No pensaste en pedir ayuda a alguien? Son muchas cosas.

Dije al sentir el gran peso en mis brazos al caminar, pero esperé tranquilamente su respuesta.

—No tengo a quién pedirle ayuda.

—¿No tienes hermanos?— Mi curiosidad aumentó.

—No, somos solo mi madre y yo.

—Pero, ¿y tu padre? El otro día dijiste que trabajaba en el pueblo.

—No les terminé de contar, pero mi padre murió hace cuatro años de tuberculosis— Su rostro se volvió afligido —Desde entonces, siempre he estado junto a mi madre.

—¿Y por qué no estudias?— Pregunté con curiosidad —Eres muy joven como para estar trabajando de cocinera en un seminario.

—Somos muy pobres para costear los estudios, a penas nos alcanza para comer y vestir— Siguió caminando con mis ojos pegados en ella y de pronto, una sonrisa apareció —Pero mi tío Hiruzen dijo que si trabajaba duro en el seminario, podría ayudarme con mis estudios para convertirme en enfermera. Como les dije, mi tío es muy amable conmigo.

—Entiendo...— Su rostro lucía radiante por la esperanza que existía en ella y yo no perdí ningún detalle.

—¿Y usted? — Sus ojos verdes se posaron en mí sin entender la pregunta —¿Tiene hermanos?

El Perjurio De Un SeminaristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora