Capítulo 21

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~Amor y odio~
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Quería salir corriendo para preguntarle a Dios a gritos, por qué se había ensañado tanto conmigo.

No merecía vivir un sueño ajeno.

No merecía perder a la mujer que amaba por un padre egoísta.

Y no merecía perder a mi hijo.

Sabía qué debía hacer. Debía ir en busca de Sakura, pedirle mil veces perdón y reescribir mi historia, una que no pudiera ser dictada por mi padre.

Las lágrimas querían llegar y no iba a dejar que su paso se interrumpiera por la vergüenza de que alguien notara mi tristeza. Pero como siempre, la vida tenía algo en contra mío.

—Es una pena que te enteraras así— Me giré hacia mi padre que salía de la nada, hastiado de su juego —Sobre todo hoy, que es tu orden sacerdotal.

—¿Por qué te empeñas en hacernos sufrir tanto, padre?— Pregunté con sinceridad —¿Es tan difícil para ti vernos felices a mi hermano y a mí con una mujer? ¿Aceptarlo porque es nuestro deseo?

—Todavía no lo entiendes, pero el sacerdocio es una bendición para nuestra familia— Se acercó a mí para tomarme del rostro con cariño —Sasuke, tú eres la salvación de esta familia.

—No quieras poner esa carga en mis hombros— Lancé sus manos muy lejos de mi cara —No soy tu Jesucristo.

—Podrías serlo— Sonrió tiernamente, mostrándose cada vez más trastornado —Podrías ser ese hombre sagrado del que todo mundo hable. ¡Un nuevo mesías!

—Estás enfermo, padre. Tienes equívoco el concepto de la religión y lo único que provocas, es que me dé repudio tu tradición.

Mis palabras salieron sinceras, haciendo que mi padre formará un gesto de decepción; aunque siempre preparado para recordarme por qué seguía en el seminario.

—Vas a terminar esta misión que nuestro Señor ha enviado para ti— Escucharlo me hacía pensar que la única salida, podría ser la súplica.

—Dame la oportunidad de conocer a ese pequeño y de que pueda crecer a mi lado— Imploré con un nudo en la garganta —Es mi hijo.

—Y tú el mío, y puedo imaginar que sabes cuánto puedes sacrificar por ellos para que nada malo les pase.

Entendí sus palabras y supe que no podía luchar más, no contra él, mi propio padre.

—Solo permíteme despedirme de ella— Mi padre miró analíticamente, cómo me tragaba el orgullo—Y asegurarme de que mi hijo estará bien, por favor.

La mirada calculadora seguía puesta en mí, hasta que pude ver un ligero asentimiento.

—No intentes nada estúpido, porque entonces, ese niño no nacerá...

...

Entré a casa de Itachi con el ánimo por los suelos. No existían en mí los formalismos y en los demás tampoco, como para que saludemos de forma cordial, pues hasta los dos pequeños sabían que algo grave estaba sucediendo. Me di cuenta cuando Miko y Taiko, no corrieron para abrazarme.

El Perjurio De Un SeminaristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora