Epílogo

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En alguna parte de la gran mansión de los Uchiha de Bibury, se encontraba un hombre que lloraba a Dios por sus penas, por su soledad y su fracaso. Componiendo en medio de lamentos, sensibles oraciones dictadas desde el fondo de su corazón, pidiendo perdón en nombre de los hombres a los que, por muchos años, crió como sus hijos y que ahora, se esparcían en el pecado y sentimientos insanos.

-¡Oh, misericordioso Jesús, abrasado en ardiente amor de las almas!- Fugaku se levantó de su silla, mirando con orgullo el resultado de su trabajo en el techo del gran salón -Te suplico por las agonías de tu sacratísimo corazón y por los dolores de tu inmaculada madre, que laves con tu sangre a todos los pecadores de la tierra con sus almas ahogadas en la agonía.

El hombre hizo desaparecer cualquier arruga de su fina y costosa vestimenta.

-Señor, ten piedad de ellos.

Se encaminó a la vieja escala de madera.

-Cristo, ten piedad de ellos.

Subió peldaño por peldaño.

-Cristo, óyeme.

Llegó a la cima.

-Dios Padre Celestial, ten misericordia de ellos.

Tomó en sus manos la soga gruesa.

-Corazón agonizante de Jesús, ten misericordia de los moribundos de tu amor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónalos, Señor.

Rodeó su cuello con ella y suspiró.

-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchame, Señor.

Se persignó guardando silencio, con lágrimas corriendo en sus mejillas.

-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de ellos y perdona sus almas pecadoras, que se alejaron de ti por culpa de la soberbia y lujuria.

Liberó sus pies de la escala, listo para caer.

-Amén.

El cuerpo de tan importante hombre, cayó con rudeza, siendo sostenido desde el techo por la cuerda rígida en su cuello, alargando su agonía por el dolor que le provocaba y cortando ligeramente su desgastada piel.

Su decisión no se iba a quebrantar, pero cada segundo que pasaba colgado, se volvía eterno. Un martirio que le hacía reflexionar sobre la importancia de sus acciones.

Un hombre como él no se retractaría; aunque Fugaku sabía que no era el mismo hombre que el de hace años, ya que ahora ya no tenía la bendición divina, no tenía hijos varones que lo salvaran de los pocos pecados que creyó cometer y comenzó a implorar con arrepentimiento. Imploraba por otra oportunidad, pues el ardor que sentía por culpa de su imprudencia, lo estaba volviendo loco mientras trataba desesperadamente de quitar la soga de su cuello. Su fin había llegado, su cuerpo debilitado se lo estaba recordando y las pataletas para salvar su patética vida, lo sabían.

Luchó por varios segundos, esperando que la gravedad hiciera su trabajo y cayera directo al suelo cuando se rompiera la cuerda, pero ya no había más qué hacer, nada se sucedía y él no caería vivo.

Ya no peleó más contra lo inevitable y se dejó vencer por la falta de fuerza física. Sus párpados se fueron cerrando conforme su lengua estaba saliendo por completo de su boca y buscó una vez más el perdón de Dios, pero ahora para él, porque ya no quería morirse, sino redimirse.

No había cómo arreglar el problema, estaba muriendo y lo único que quedó en su memoria antes de que su alma sucia se desprendiera de su cuerpo, fue el grito de una sirvienta que entraba al gran salón y se daba cuenta de que, Fugaku Uchiha de Bibury, estaba colgado y ya sin vida.

El señor Yamanaka sabía lo que había acontecido, pero no le diría lo ocurrido a esos pobres muchachos que creyeron que Fugaku, había decidido irse lejos para morir solo.

No, solo tomó la cesión que ya había dejado el difunto sobre la mesa y con su puño y letra, escribió la carta con cautela al copiar la letra y evitarles a los nuevos herederos, el dolor de haber perdido a su amoroso padre en tan fatales condiciones.

El Perjurio De Un SeminaristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora