XXI. Viajes.

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Todos los días paso alrededor de hora y media sentada en un autobús, por las mañanas de camino a la universidad y por las tardes de camino a casa, cuarenta y cinco minutos al ir y cuarenta y cinco minutos al regresar. Recuerdo que antes de empezar solía preguntarle a mamá en tono dramático: ¿Qué se siente que tu hija se vaya a estudiar a otro estado? Ella solo reía, pero a veces me pregunto si valdrán la pena tantos viajes que ya no puedo contar. Acostumbro a jugar conmigo misma al llegar al túnel: cuando la oscuridad se cierne sobre nuestras cabezas, cierro los ojos y apenas la luz rebota contra mis párpados, los abro de nuevo; la luminosidad que encuentro al hacerlo es cegadora en comparación a la escasa claridad que hay en mi cabeza.

Hoy, de vuelta a casa, experimenté una versión más extensa y alterada del juego: antes de ser vencida por el cansancio, recuerdo haber visto una autopista solitaria rodeada de árboles con un cielo blanco de fondo y las gotas de lluvia golpeando los cristales, y al abrir los ojos, hallé un cielo de fuerte color celeste y Sol encendido perfectamente libre de niebla que pudiese esconderlo.

No habré debido pasar más de treinta minutos dormida y aun así, sigo pensando en lo que me perdí: la transición del firmamento en la cual pasó de nublado a despejado, la posibilidad de ver algún arcoíris lejano, las canciones que ambientaron el camino y quizá también las risas de extrañas en medio de una conversación. No recuerdo haber tenido algún sueño al despertar, justo antes de que el agua acumulada en el riel de la ventanilla salpicase sobre mí, debido al brusco movimiento que dimos conduciendo en una curva pronunciada; no recuerdo haber escuchado voces o admirado paisajes en las profundidades de mi subconsciente, pero pude haberlo hecho de no caer allí. Aun así, me conozco demasiado bien como para prometerme que no volverá a suceder.

Esa hora y media de viaje se ha convertido en mi escape y mi descanso, por las mañanas admiro la vegetación, los edificios que a la distancia se ven diminutos gracias a la altura en la que se eleva la autopista, los carteles en color verde que señalan las distintas paradas y avenidas, la inmensidad de un mundo que no nos pertenece aunque lo habitemos como tal; mientras que por las tardes apenas y soy consciente de mi existencia, reposo de una jornada más divertida que agotadora y caigo en cuenta de mi realidad justo antes de llegar a mi destino, entonces el mundo parece más pequeño, más realista.

Sin embargo, vuelvo a preguntarme si vale la pena comenzar la mañana siendo terriblemente soñadora y recibir la tarde estando terriblemente somnolienta, si algún día me aburriré de intentar retener las imágenes difusas que veo a través de la ventana, si algún día me voy a hartar de las siestas de autobús que terminan en un despertar repentino, si algún día veré mi escape y mi descanso como una espantosa rutina sin salida.

Junio 20, 2022.

Mariposas de Sueño y Café.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora