NADA ES PARA SIEMPRE

EPÍLOGO

*catorce años después*

- ¡Mamá! ¡Papá! – se quejó una niña de cabello castaño y ojos color miel.

- James, deja en paz a tu hermana – dijo Hermione, que iba sentada en el asiento del copiloto del coche, volteando hacia el asiento donde se encontraban sus tres hijos.

- No estaba haciendo nada – dijo el mayor de los niños, sonriendo. Pero, captando la severa mirada de su madre, enmudeció.

- ¿Ya llegamos? – dijo Sirius, que iba sentado entre sus dos hermanos mayores.

- Ya casi – canturreó Lily a su lado, sonriente. Iba mirando a través de la ventana del auto.

- Estoy aburrido – dijo James, recostándose en la cabecera del asiento de delante suyo, donde iba su padre conduciendo.

- Y... ¡Llegamos! – dijo Harry, dejando el auto frente a La Madriguera.

Los tres niños fueron los primeros en bajar. Corrieron entrando a la casa, riendo y bromeando entre ellos. Tras suyo, entraron sus padres.

- ¡Abuela! ¡Abuelo! – gritó Sirius, corriendo hacia Molly y Arthur.

- Hola, querido. ¿Cómo has estado? – dijo, abrazándolo fuertemente.

- Bien... - se liberó del abrazo de la mujer para correr en dirección a Hugo, el hijo menor de Ron y Luna, que le gastaba alguna broma a su hermana mayor, Lyza.

- ¡Basta, Hugo! – dijo Lyza, irritada - ¡Lily! ¡Llegaste! – se separó de su hermano y corrió hacia la niña que acababa de llegar.

Entonces, Scorpius, el hijo de Ginny y Draco, ya se había reunido con James, y charlaban animados.

Harry y Hermione, después de haber saludado a Molly y Arthur, se acercaron a donde se encontraban Ginny, Draco, Luna y Ron.

- ¿Tuvieron un buen viaje? – dijo Ginny, acercándose, sonriente.

- Bastante tranquilo – dijo Hermione, saludándola.

- Malfoy – dijo Harry, tendiéndole la mano. Draco le respondió el saludo, en silencio. Aunque habían mejorado su relación, no era del todo buena.

Entonces, mientras todos conversaban, Molly terminaba de preparar la cena de Navidad.

- ¡A CENAR! – llamó. Los primeros en entrar fueron los niños, corriendo, empujándose y riendo. Tras de ellos, sus padres entraban, aun charlando.

Comieron pavo, pastel de carne y riñones, puré de papas, tarta de melaza, jugo de calabaza y cerveza de mantequilla para los niños, hidromiel y whisky de fuego para los adultos.

Más tarde, los niños empezaron a cantar villancicos y a jugar. En ese momento, lleno de felicidad, todos sabían que nada es para siempre, pero que momentos así, habían de quedar grabados en la memoria de cada uno de ellos, para poder revivirlos cuando quisieran.

Al final de cuentas, todos pudieron ser felices, y vivir junto a quienes más amaban.

FIN