4- Salvando el trasero de la chica linda

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AITANA MCLAREN

Antes de encontrar a Renata, habían sido unos días caóticos de viaje sin descanso. Duramos tres días en carretera mientras nos alejabamos del Estado cálido de Tennessee, en donde habíamos estado habitando el último mes, para buscar un nuevo hogar al norte, dónde el tiempo frío estaba por llegar y eso incrementaba nuestras posibilidades de supervivencia.

Aunque parezca broma, sí hay menos zombies en los lugares fríos que en los lugares cálidos y eso lo confirmamos cuando uno de nuestros refugios fue invadido por una enorme oleada de zombies desesperados en pleno verano.

Todos esperamos que con el paso del tiempo, los zombies empezaran a convertirse en algo lentos ya que llevarían bastante de estar podridos, o así debía ser, pero como esta vida se encargó de demostrarnos que las cosas no siempre serían como pensábamos, los zombies seguían tal cual al primer día.

Más apestosos y puede que un poco, solo un poco, más lentos, pero no por ello menos estúpidos.

El apocalipsis llegó para jodernos la vida, y te lo dice alguien que siempre tuvo en sí una vena aventurera que la obligaba a inscribirse a todo tipo de campamentos solo para sentir adrenalina.

Al inicio, para mí fue un poco chocante.

No tenía a mi papá, este había muerto cuando yo era pequeña y solo debía proteger a mi madre. Fue huir de la ciudad hasta un pequeño pueblo casi escondido del mundo hasta que con el paso de los días, las semanas, los zombies de las grandes ciudades empezaron a llegar a los pueblos y fue entonces, cuando me genere una sola meta: Mantenerme viva para cuidar a mamá.

Maté cientos de zombies y nunca me dio miedo, vamos, vi cientos de películas sobre ellos. Solo debía ser cuidadosa, así que tuve que protegerme para proteger a mamá. No debía salir sin mínimo dos prendas de ropa que pudieran proteger mis partes más vulnerables de una mordida, es decir, mis manos, mis piernas.

Las botas eran de las mejores opciones por si necesitaba golpear y aunque la forma más sencilla de matar a los zombies era con arma, las grandes armerías de mi ciudad fueron devastadas en un inicio, así que tuve que irme por las armas blancas.

Las navajas, las katanas e incluso, mi favorita, un hacha vikinga de doble hoja que me encontré en una tienda de coleccionistas. También encontré armas de fuego, pero esas decidía usarlas solo en momentos que realmente lo requirieran.

Los muertos nunca me dieron miedo, incluso puedo decir que logré distraer con ellos, mis ganas de gritarle al mundo, que con el paso de los meses, me estaba cansando.

Fue hasta que llegué a la costa sur de un estado alejado de Florida, en donde mientras rebuscaba en un supermercado de paso, encontré a la primera persona que formaría parte de mi grupo.

Cuando los zombies nos separen [1] -SIN EDITAR-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora