𝑨𝒄𝒉𝒊𝒍𝒍𝒆𝒔 𝒉𝒆𝒆𝒍-🌴🍍
‟Porque tu eres mi puto talón de Aquiles, Goldy. Eres mi única debilidad, la que me importa. Si salgo herido, si me roban, si me encierran en la cárcel, si me insultan o se ríen, no me importa. No me importa mientras t...
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GOLDY SE LEVANTÓ CON UN DOLOR DE CABEZA TAN PUNZANTE QUE LE HIZO JADEAR. Suspirando, se estiró desde su cama hasta dar con el bote de pastillas que había en su mesita de noche. No lo pensó dos veces antes de tragar dos de ellas, sin siquiera utilizar el vaso de agua a su izquierda. Estaba tan acostumbrada a esos tipos de síntomas durante el último mes que tomar un par de pastillas al día era lo más fácil de mundo, cuando meses atrás no era capaz de hacerlo. Bostezó, quitándose la suciedad del rostro y levantándose con dirección el baño. No se asustó al verse reflejada en el espejo, a pesar del aspecto tan horrible que tenía.
Sus labios estaban resecos, rotos y con un rastro de sangre, los círculos negruzcos bajo sus ojos eran más grandes que la noche anterior y su pelo era un nido de pájaros. Aún así, no se molestó en peinarse, sabiendo que no le serviría de nada. Se hizo un moño despeinado y se lavó los dientes con rapidez.
Hoy era el primer día de Instituto.
Goldy no estaba saltando de emoción precisamente, de hecho, la ansiedad social que ella misma se había diagnosticado desde el suceso de John B, aumentaba con tan solo pensar en poner un pie en ese sitio. No quería sentir las miradas de sus compañeros, porque le aterraba y porque estaba empezando a odiar sentirse vulnerable delante de la gente. Ella no era así. Se supone que una de las características más especiales era su valentía, como le hacía frente a las adversidades, sobre todo a la vida de mierda que cada adolescente tenía estando en el Instituto.
Sin embargo últimamente estaba cansada.
Puede que esa fuera la palabra que mejor podía definir su estado de ánimo; Jodidamente cansada de todo y más aún, de todos.
Con una última respiración profunda, abrió la puerta de su cuarto, colgándose la mochila a un hombro y bajó las escaleras de su casa. Como si de un ladrón se tratase, su padre, Jackie y Darya giraron la cabeza hacia su presencia, con los ojos abiertos como platos.
—Al instituto—dijo con simpleza. El hombre balbuceó sorprendido, mirando de reojo a los demás integrantes de la familia.
—¿Al Instituto?
—Habíamos quedado en que te tomarías un mes de descando—dijo Jackie, apartando la taza de café a un lado—. Ya sabes lo que nos ha costado conseguir el permiso del director.
—No me importa, quiero ir.
—Gold, ¿Estás segura?—preguntó Darya, metiendo su pequeña manita entre la de su hermana—. No tienes porqué hacerlo.
Ella observó el techo de la sala, aguantando la respiración y pestañeando varias veces para alejar las lágrimas. Cuando estuvo lista, fingió una sonrisa, asintiendo.
