CAPÍTULO TRES

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La hora de la cena no demoró en llegar y los monarcas de ambos reinos junto con sus hijos y la nobleza de la Luz se floreció todos en torno a la gran mesa del comedor principal. La comida era muy rica, las chicas y los chicos de las cocinas se habían lucido mucho esa vez.

—He notado que has crecido mucho Bella, recuerdo cuando fuimos al Palacio de la Oscuridad y tenías nueve, usabas dos coletas que te hacían ver muy tierna —comentó la Reina con mucha amabilidad.

—Oh sí, mi Bella ha crecido mucho la verdad, fíjate que ya tiene diecinueve años — respondió Agatha por su hija.

—No solo ella, los tres han crecido —agregó de nuevo la Reina manteniendo su sonrisa amable.

Antes de que Agatha pudiera responder la presencia de alguien nuevo en el Comedor. 

—Siento mucho la demora, pero tuve un pequeño inconveniente mientras venía —se disculpó el recién llegado, el cual no era nada más y nadie menos que Alec, los ojos de su madre le quemaban en la nuca, iba a estar en problemas con ella, en cambio Ana, la reina, le sonrió con su característico tono de amabilidad y cariño.

—No te preocupes Alec, siéntate —pidió señalando hacia una silla frente a Rose que estba vacía—. Él es Alec, el hijo mayor de Anastassia y Robert —presentó, aunque ya antes había presentado a los mayores.

Alec hizo una reverencia hacia los reyes del otro reino y se sentó.

—Es un placer tenerlos en el palacio, espero sepan disculpar mi falta de educación al llegar tarde a la cena —pidió con un tono tan amable y arrepentido que hizo que la rubia sentada frente a él pusiera un rostro de incredulidad total, no lo podía creer .

—No te preocupes muchacho, sabemos entender —dijo Valter sonriendo "amablemente", aunque daba más escalofríos que calidez o lo que sea.

Todos retomaron su cena mientras los monarcas de ambos reinos compartieron charlas falsamente amistosas, a decir verdad.

Alec sintió una mirada fija sobre él mientras comía cosa que al tomar su copa de vino lo hizo levantar la mirada hasta que vio de quién se trataba y casi se atraganta con la bebida. Delante de él estaba la insoportable chica con la que se había chocado en el pasillo unas horas antes, sobre el pelo rubio y perfectamente acomodando de la chica descansaba una delicada corona dorada con joyas verde esmeralda que lo hicieron atar cabos, ¡era la princesa! ¡le había dicho bicho microscópico a la princesa! Si su madre se enterase lo mataría.

De todas formas, ella lo había llamado poste de luz también, así que estaba en todo su derecho de decir lo que le dijo, ni aunque fuera una princesa se iba a callar.

Uno a uno se fueron retirando los integrantes de la mesa, entre ellos Bella, la cual dijo que se iba a acostar porque estaba cansada pero que en realidad se escondió detrás de una de las columnas y en cuanto vio el camino libre se apresuró a llegar al jardín trasero, quería ver más de cerca lo maravilloso de esa extensión de tierra minada de diferentes plantas, árboles y flores.

Camino por el sendero en arco de rosas rojas entrando al jardín, millones de luciérnagas brillaban en la oscura noche y sin luna haciendo del lugar más mágico de lo que ya lo parecía.

Una flor dorada y totalmente abierta le llamó la atención, conocía de la existencia de las plantas nocturnas porque en su jardín personal tenía decenas de ellas, pero esa especie jamás la había visto, por lo que guiada por su curiosidad se fue acercando a dicha planta con intenciones de oler su aroma.

—Yo que usted no haría eso, princesa —habló una voz detrás de ella haciéndola sobresaltar y girarse de inmediato a la defensiva hacia el origen de esta. Metros detrás se encontraba Peter, sus alas estaban descansando tranquilamente en su espalda y el blanco de estas hacía total contraste con los alrededores.

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