CAPÍTULO TRECE

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Agatha Stone era una persona sumamente fría y que aborrecía cualquier tipo de cariño, se había casado con Valter por pura conveniencia, no lo amaba, ni él a ella. Habían tenido hijos para simplemente tener herederos que sigan sus pasos de reinado exitoso; y la verdad era que a la única que le veía algo de futuro de los tres engendros era a Rose, los otros dos para ella ya eran un caso perdido.

En ese momento se encontraba hablando con la Reina lucecita, según ella; era tediosa.

Lo gracioso, era que la reina no confiaba ni un poco en Agatha, esa sonrisa falsa la mayor parte del tiempo y el trato frío hacia sus hijos cada vez que se tenía que dirigir hacia ellos, era algo que le daban todas las de desconfiar, aunque bueno, si éramos sinceros, ninguno de ellos confiaba en los otros.

—¿Y cuándo será la ceremonia de coronación de Bella? —preguntó Ana dando un sorbo a su té de romero.

—Para su cumpleaños número veinte, ya la venimos preparando desde hace bastante, así que ya estará preparada perfectamente para todo. ¿Y la de Peter?

—Pues aprovecharemos a que ustedes están aquí y la haremos en el baile de fomentación de la paz entre nuestros reinos, para consolidar las bases de la paz —explicó la señora Boones, Agatha sonrió para sus adentros.

—Me parece algo maravilloso, espero que ustedes también puedan ir al de Bella en octubre del año próximo. —Si es que siguen existiendo. Quiso decirlo, pero calló y le brindó una sonrisa amable.

—¿Oh Bella cumple en octubre? Qué bueno, Peter cumple los diecinueve en el mes de julio, en pleno verano —dijo con una sonrisa.

—Pues para nosotros sería pleno invierno —comentó Agatha intentando agregarle humor para hacer una broma.

Ana rió—. Esto de que ustedes tengan las estaciones al contrario de las nuestras a veces me enreda.

Agatha volvió a sonreír amistosamente y dio un trago a su té de cedrón, ya tenía algo para el ataque, el momento exacto, ¿acaso el sol brillaba a su favor?

[...]

El pueblo no estaba tan mal ante los ojos de Rose, le agradaba principalmente el hecho de que nadie parecía reconocerla ya que nadie le prestaba atención, ni la señalaban, ni tampoco estaban todo el tiempo detrás de ella ofreciéndole cosas, allí era simplemente Rose, ni la princesa, ni la señorita Rose Stone, era solo Rose, y eso, eso la hacía sentir libre.

Su rubio cabello brillaba bajo el sol invernal y su abrigo negro hacía bastante contraste con este, a decir verdad. Sin embargo, se mezclaba muy bien entre las demás personas, cosa que la hacía pasar más desapercibida, aunque no para todos, Alec se hallaba en el pueblo, y su curiosidad despertó al ver a la molesta rubia mirar una de las vitrinas de la joyería más famosa del pueblo. Se acercó a ella discretamente y se inclinó hacia su oído.

—Raro verla por aquí, princesa —dijo en tono bajo, pudo ver los hombros de la chica tensarse y su mano viajó rápidamente a el bolsillo de su abrigo sacando una afilada daga que en menos de dos segundos él tenía en su cuello.

Rose frunció el ceño al ver a Alexander.

—¿Qué pretendías estúpido?

—Pues hablarte —respondió el chico sintiendo la hoja afilada de la daga en su garganta. Un movimiento en falso y su cuello quedaría abierto cual libro de lector compulsivo.

—¿Y no se te ocurrió mejor idea que hablarme como un maldito secuestrador —masculló Rose algo enojada.

—¡Oye! —se quejó el chico, ofendido—. ¿Podrías quitarme eso del cuello por favor?

Probar el paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora