CAPÍTULO CATORCE

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Las pesadillas acechaban a Mía noche tras noche, no era fácil dormir luego de todo lo pasado, teniendo en cuenta que todo había pasado hace menos de cuatro meses.

Dando un poco de contexto, los padres de Mía habían sido asesinados muy macabramente, y para agregarle habían sido asesinados frente a los ojos de la chica, hubo un mes entero en el que estuvo encerrada en su habitación sin dejar que nadie entrara más que Luna, la mayor de los Boones. Al siguiente mes aceptó la ayuda psicológica, y poco ha ido trabajando para poder lograr dormir más tranquila al menos.

El hecho y lo que más complicaba la tarea era la amenaza de los asesinos, amenaza que aseguraba que volverían por ella, volverían y la harían sufrir de peor forma que con sus padres. Sin embargo, eso no se lo había contado a absolutamente nadie, ni siquiera a Luna, Alec o Peter con los que era más cercana.

Lo ocurrido ese día se repetía una y otra vez en su mente.

El día había estado nublado todo el día, sin mencionar que el viento azotaba con fuerza las ventanas de la pequeña cabaña en la que los escoltas, ella y sus padres se estaban quedando. Se encontraban a mitad de camino a un pueblo en el que iban a ir en representación a la realeza, sin embargo, como era un viaje muy largo, al amanecer del primer día habían hecho escala en la pequeña cabaña de unos granjeros a los que se la habían alquilado para que pudiesen descansar ellos y los corceles tirantes del carruaje en el que viajaban.

Luego de que los tres habían cenado y le habían llevado la comida a sus escoltas se sentaron a conversar sentados en la alfombra antes de irse a dormir, sin embargo, para Mía, había algo que no cuadraba. Podía escuchar a los corceles algo inquietos y sin mencionar que uno de los escoltas no estaba cuando le había ido a llevar la comida porque supuestamente había ido a hacer una recorrida. Tal vez eran sus paranoias, pero bien ella sabía que habían hecho una recorrida hace media hora; las recorridas no eran tan seguidas.

Dejando de lado su mal presentimiento siguió hablando un poco más con sus padres antes de irse a dormir, sin embargo, el estruendo de la puerta de la casa abriéndose de par en par hizo que los tres integrantes de la familia se pararan asustados y alerta.

En la puerta seis personas estaban paradas, vestidas de blanco y con máscaras que solo dejaban ver sus ojos, los desconocidos llevaban sus alas a la vista, sin embargo, lo tenebroso de cierta forma era que estas estaban rotas, las de todos tenían la particularidad de que poseían algún lugar donde estas estaban rajadas, sin plumas o con cicatrices grandes, era obvio que sus alas ya no servían para volar.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Frederick Boones poniéndose de pie frente a su esposa e hija.

El sujeto que estaba a la cabeza del grupo dio un paso adelante y sus ojos se achicaron un poco como si hubiese sonreído.

—Nosotros somos La Celada, mucho gusto —se presentó el hombre abriendo los brazos.

Mía pudo reconocer ese nombre por un movimiento de ajedrez, era un movimiento de eliminación para las fichas del rival.

—¿Y qué hacen aquí? Si necesitan nuestra ayuda hay maneras más amables de entrar a nuestra morada.

Un hombre de más atrás soltó una desagradable y ronca risa, era algo regordete, sus ojos parecían negros como una noche sin luna ni estrellas y tenía un ala cortada a la mitad casi.

—De hecho, nosotros veníamos a hacer una visita, su majestad —dijo el primer hombre que había hablado.

—¿Para qué? —cuestionó Evangeline, la esposa de Frederick.

El hombre ladeó la cabeza y sus ojos verde brillaron con maldad.

—Para dar un aviso y una lección. —El tono de voz del hombre se había agravado unos cuantos tonos más, chasqueó los dedos y en un abrir y cerrar de ojos los hombres detrás de ellos se habían movido agarrando a la familia, cuatro agarraron a los padres y un quinto agarró a la hija del matrimonio haciendo a todos arrodillarse en el suelo.

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