CAPÍTULO DIEZ

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—Llegas justo a tiempo querida, siéntate —dijo el rey señalándole el lugar vacío frente a Bella.

La susodicha le dio un pisotón a su hermano para que reaccionara, este apenas le hizo caso acomodándose el pelo sutilmente. Su hermana se extrañó aún más, ¿¡Y a este qué le pasaba ahora!?

—Es un placer estar aquí con todos ustedes —saludó amablemente la recién llegada, miró a los reyes del otro reino y les sonrió bajando la cabeza a modo de saludo—. Sus altezas, espero sepan disculpar mi atrevimiento de hacerlos esperar.

—No te preocupes Mía, no tardaste casi nada y llegaste justo a tiempo —aseguró Agatha sonriendo de forma amable, una amabilidad más falsa que un unicornio con dos cuernos. Pero, dicha falsa amabilidad solo reconocías si realmente conocías a la reina, como sus hijos o su propio esposo.

La comida fue servida y todos comenzaron a comer escuchando la charla que Mía mantenía con los reyes sobre el camino y el altercado, Viktor se hallaba atento a todo y a Bella la estaba comenzando a desesperar, para sumarle, la actitud de Viktor tampoco pasó desapercibida por Peter, el cual observaba todo con el ceño fruncido.

La cena transcurrió con tranquilidad, con preguntas hacia Mía por parte de ambos monarcas de los dos reinos, Bella decidió retirarse antes, ver a su hermano tan idiota le daba dolor de cabeza y necesitaba aclarar las ideas.

Esa noche primero fue directo a su habitación a buscar un abrigo y luego, para evitar ser vista ya que aún había mucha gente despierta salió de su habitación por la ventana, se sentó en la baranda del balcón con los pies hacia abajo, detrás de ella, dos inmensas alas de intenso y oscuro color negro se desplegaron, el cuerno en la punta de cada ala brillaba, cada Ángel de la oscuridad tenía los cuernos de sus alas de un color único, podías ver muchas flores iguales pero jamás dos alas oscuras idénticas, en el caso de Bella, los cuernos de sus alas eran de color rojo, aunque no ere rojo chillón, era como un rojo sangre, rojo oscuro, un rojo en degradé al negro, cada color único representaba la personalidad o aspectos de cada portador, el color rojo representaba la seducción, la pasión y el amor, aunque con su contraparte significaba la ira y la venganza.

Bella no era de desplegar sus alas en presencia de muchas personas, o mejor dicho en personas que no fuesen su familia, por lo tanto, casi nadie había sido capaz de ver alguna vez las inmensas alas de la chica.

Le incomodaba que la gente se las quedara viendo como idiotas solo porque pertenecían a la heredera al trono, siempre tenían algo que comentar, que criticar o alabar hasta por demás, y eso terminaba cansándola e incomodándola.

Volviendo al momento exacto donde Bella se encontraba, sin más se dejó caer cuatro pisos abajo aterrizando suavemente sobre el humedecido césped por el rocío.

Se puso la capucha de la gabardina azul que había tomado e hizo desaparecer sus alas en una nube de cenizas negras como de costumbre, como lo haría cualquier Ángel de la oscuridad.

Se adentró un poco en el jardín siguiendo el camino de todos los días de mientras hacía tiempo esperando a que Peter llegara.

[...]

De mientras, Peter tampoco esperó mucho para retirarse, besó la cabeza de sus hermanas y la de su prima a modo de despedida y subió a su habitación con tranquilidad para buscar un abrigo antes de alcanzar a Bella en el jardín.

Sin embargo, grande fue la sorpresa que se llevó al encontrarse a Alec sentado en la esquina de su cama con una mano en la barbilla pensando mirando la pared.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó el heredero con extrañeza al ver a su mejor amigo allí, sí era común verlo en su habitación, pero no a esas horas.

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