CAPÍTULO DIECISIETE

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Alexander Jenssen se sentía acorralado. Acorralado por sus propios sentimientos y emociones, los cuales, claramente no entendía o no sabía hacia dónde dirigir.

Había veces en las que de la nada un deseo extraño de ir y besar a Rose Stone se apoderaba de él, siendo tal que debía de utilizar su autocontrol para no dejar lo que estaba haciendo y largarse a lograr su cometido.

Le había pasado lo mismo la noche anterior, se había logrado dar una pequeña escapada al pueblo para poder encontrarse con su amiga Harper, sin embargo, en el simple acto de besarse su mente no pudo evitar comparar como la pelinegra era muy distinta a Rose. Durante toda la noche intentó evitar sus pensamientos tan extraños y poder disfrutar con Harper, sin embargo, poco pudo disfrutar, ya que su cuerpo estaba en la cama junto al cuerpo profundamente dormido de Harper mientras que su mente estaba en el palacio revoloteando alrededor de la pequeña rubia de ojos verdes que tanto lo traía raro.

Decir que a Alec jamás le había gustado alguien de la forma romántica en la que todos esperamos que algún día le gustemos a otra persona, sería mentir. Porque lo cierto es que de verdad se había enamorado y de verdad quería a la chica, pero ambos eran demasiado jóvenes e inmaduros como para llevar a cabo una relación, después de todo. Por lo tanto, actualmente Alec pasaba de las relaciones amorosamente serias y adoraba disfrutar de cosas pasajeras, de un solo momento; sin embargo, Rose Stone había dejado su mundo al revés y ya no sabía qué hacer para echarla de su cabeza.

Como si fuese una casualidad del destino la rubia de ojos bonitos apareció en su campo de visión, llevaba el cabello amarrado en una coleta, sus acostumbrados vestidos habían sido abandonados por unos pantalones ajustados de deporte y una camiseta también de deporte que le quedaba como anillo al dedo.

Alec tuvo que pestañear varias veces para no seguir mirándola como un idiota, sin embargo, la sonrisa ladeada que le ofreció la princesa le dio a entender que lo había agarrado mirándola como idiota y no se libraría de sus burlas.

—¿Qué tanto me ves, poste de luz? —dijo apoyando las palmas de sus manos contra la mesa en la que Alec estaba trazando un mapa. La sonrisa no había desaparecido y su voz tenía un tonillo burlón que lo hizo sonreír sin poder evitarlo.

—No te miraba a ti, bicho microscópico. Vamos, no sabía que tu ego era aún mayor que tu estatura —respondió el pelinegro ladeando la cabeza para verla mejor.

Rose entrecerró los ojos hacia él y se inclinó más hacia el chico acercando su rostro al suyo de una forma sensual poniendo nervioso al otro.

—Sé que estás loco por mí, Alexander —murmuró con tono seductor y bajo, siendo escuchada perfectamente por él logrando que pasara saliva.

—Ni en tus mejores sueños —alcanzó a decir saliendo de su idiotez.

Para molestarlo un poco más, la princesa pasó uno de sus dedos por el brazo de Alec de forma lenta y torturante consiguiendo que se le erizara la piel.

—¿Me vas a decir que no te mueres de las ganas de besarme? —cuestionó la rubia manteniendo ese tono bajo y seductor.

—Me enseñaron a no mentir —admitió Alec bajando levemente la mirada a los labios de ella, la cual sonrió y se alejó sonriendo de lado al obtener lo que quiso.

—Tu solito lo has confirmado, Alexander —dijo con burla mirándolo desde arriba, el otro se quedó quieto, sin actuar ni emitir palabra, hasta que, en un inesperado y rápido movimiento, rodeó la mesa y acorraló a Rose entre su cuerpo y la mesa misma apoyando las manos a cada lado de su cadera.

—¿Sabes? Este es un juego que podemos jugar los dos, preciosa —dijo acercándose a su rostro como antes ella lo había hecho, su mano viajó a su mentón y la obligó a alzar la mirada—. Mis ojos están aquí arriba.

Probar el paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora