CAPÍTULO DIECISÉIS

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Nuevamente los herederos al trono de ambos reinos se hallaban dando su paseo nocturno por el jardín, sin embargo, desde que habían llegado al centro del jardín hace cuatro noches atrás no habían avanzado más, ya que, solo se sentaban a conversar del otro conociéndose un poco más; ciertamente los días de ambos estaban siendo más llevaderos gracias a la compañía del otro, Bella se sentía totalmente cómoda con él, sabiendo que el chico era alguien de fiar, no como sus padres aseguraban, aunque tomar al cien por cien lo que sus padres decían podía ser algo estúpido, después de todo, el matrimonio Stone parecían idos de la mente; y en cuanto a Peter, éste sentía ese agradable calor en el pecho cada vez que podían tomarse un tiempo para conversar del otro, contándose cosas que les gustaban o hasta lo que les disgustaba, esos momentos en los que solo eran ellos dos y nada más ellos eran de sus favoritos, aunque no solo los de Peter, sino que Bella atesoraba esos bonitos momentos con mucha fuerza, temiendo que desaparecieran.

—Tienes que disculparme, pero me niego a creer que tú, la mismísima y ruda Bella Stone le tiene miedo a los conejos —rio el príncipe luego de que la pelinegra le confesara su mayor miedo.

—Oye no te rías —se quejó la chica escondiendo una sonrisa al verlo reír—. Esos bichos son horrorosos, con sus ojos rojos y sus orejas gigantes—. Un escalofrío la hizo estremecerse.

—No puede ser Bella, pero son tiernos.

—¡Claro que no! Y deja de reírte o cambio de opinión y no te enseñaré mis alas —amenazó la ojiverde sonriendo con inocencia al ver que el chico se dejaba de reír y se ponía recto con un brillo de ilusión en los ojos.

—¿Tienes pensado enseñarme tus alas? —preguntó con una gran sonrisa y aún con ese hermoso brillo en sus ojos que lo hacía ver más guapo de lo que ya era, Bella no pudo resistirse y sonrió bajando la mirada hacia sus manos las cuales jugaban nerviosas en su regazo.

—Pues, la verdad es que tenía pensado enseñarte mis alas hoy, hace mucho que quiero que las veas, pero no me sentía segura conmigo misma y sé que eres de fiar, además tú me... me caes muy bien —admitió aun mirando sus manos, que le caía bien no era lo que quería decir, pero prefirió callar ya que no era correcto la realidad de sus sentimientos.

Peter al ver el nervioso jugueteo de los dedos de la contraria alargó las manos para envolver sus manos con las suyas y le sonrió amigablemente cuando esta conectó sus miradas.

—No tienes que sentirte insegura de tus alas Bella, estoy totalmente seguro de que son hermosas, tan hermosas como tú, con ese toque tan especial —halagó aprovechando el momento para hacer a un lado un pequeño mechón de pelo que caía sobre el rostro de la princesa evitando la vista completa a sus bonitos ojos verdes.

El corazón de la pelinegra dio un vuelco acelerado y sintió un poco del color llegar a sus mejillas instantáneamente.

Peter la invitó a levantarse sin soltar una de sus manos y le sonrió transmitiéndole paz absoluta.

—Daré un paso atrás y te daré tu espacio para que las hagas aparecer.

Bella tomó aire, miró una vez más a Peter y sin más hizo aparecer sus grandes y negras alas, la aparición de estas, lenta y cautelosa como su portadora quiso, logró que el príncipe frente a ella mirara aquellas alas con una sonrisa resplandeciente y con aquel brillo sin desaparecer de sus ojos.

—Wow —alcanzó a susurrar haciendo reír a Bella.

—No es para tanto Peter —aseguró con una sonrisa.

—¡Claro que sí! ¿Me puedo acercar a tocarlas? —preguntó sonriendo emocionado.

La chica estiró un ala en señal de que podía acercarse, por lo que teniendo la luz verde se acercó estirando una mano tocando suavemente las suaves y oscuras plumas con la palma de la mano.

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