Atenea llegó a casa chorreando, las gotas se deslizaban por su pelo y su ropa, empapando el suelo.
Se dirigió al baño para coger una toalla y, a continuación, fue a su habitación para secarse y ponerse el pijama. Después de dar unos golpecitos a la puerta, Jonathan entró, con una taza entre las manos.
—Te he preparado un poco de café porque sé que querrás estar hasta altas horas de la madrugada estudiando —la dejó encima de la mesita de noche.
—Gracias —contestó la pelirroja tiritando.
Cogió la toalla y se acercó a ella y comenzó a secarla el pelo con delicadeza.
—Siento mucho haberte hablado así antes, me he comportado como un capullo —su voz era tranquila.
—No importa —hizo una breve pausa—. Tú me das el cariño que me falta desde que mi hermana se fue y te lo agradezco.
—No pienso dejarte sola —besó su frente y se fundieron en un cálido abrazo.
Los dos se sentaron en el borde de la cama. La chica comenzó a contarle lo que había hecho en ese rato que había estado fuera de casa.
—Fui a dar un paseo y al volver pasé por un callejón para llegar antes —se echó el pelo hacia atrás—. Había unos tíos muy raros que comenzaron a decirme gilipolleces. Entonces, uno de ellos se acercó a mí pero apareció Alberto para impedir que me hiciera algo —tragó saliva y continuó—. Entre los dos les pegamos, me agarró de la mano y salimos corriendo cuando empezó a llover. Nos metimos debajo de un toldo hasta que amainó un poco.
El rubio la miraba sorprendido y sin saber muy bien qué decir.
—Quizás fue precipitado que les pegarais —dejó escapar el aire con fuerza— sin embargo, se merecían unos cuantos insultos.
—El caso es que, cuando nos alejamos y noté la lluvia cayendo sobre mí, me sentí genial, viva, libre —se pasó la mano por la cara.
—Deberías buscar otras cosas que te provoquen esas sensaciones —enredó sus dedos en el cabello de Atenea, tan rojo como el fuego—. La violencia no es la solución —se puso en pie—. Será mejor que me vaya, no quiero quitarte tiempo de estudio —se dirigió a la puerta—. Mucho ánimo y, si necesitas desconectar un poco, en mi cama siempre hay un sitio para ti —esbozó una sonrisa pícara.
—Tranquilo, intentaré resistirme a tan buena oferta —soltó una carcajada.
El chico salió. Cogió la taza de café y dio un sorbo, ya se había enfriado. La joven abrió uno de sus libros y comenzó a estudiar, aquella noche iba a ser demasiado larga.
Alberto, que se encontraba en su casa, viendo la tele con un cigarro en la boca y una cerveza en la mano, no paraba de pensar en lo sucedido anteriormente con aquellos tipos. Su compañera demostró ser una chica valiente, que no le teme a nada, aunque eso él lo sabía de sobra, se habían enfrentado muchas veces desde que empezaron la universidad. Pelear junto a ella fue una experiencia nueva, algo que jamás hubiese imaginado, sin embargo, tenía que reconocer que le gustó. Sentirla tan cerca era lo más parecido a estar junto a Keyla, aunque fuesen totalmente diferentes. No obstante, el saber que la pelirroja compartía sangre con el amor de su vida, era motivo suficiente para querer tenerla lo más cerca posible, por mucho que no se soportaran.
Dio una última calada al cigarro, un último sorbo a la lata y cogió un pequeño paquete que había encima de la mesa. Metió el dedo dentro, se lo llevó a la nariz, apagó el televisor y se fue a su habitación para comenzar a estudiar algo, hasta que sus párpados se cerraran. Por suerte, no necesitaba leer demasiado, en cuanto echaba un vistazo a una frase, su mente la memorizaba, aunque a veces la droga le jugaba una mala pasada y provocaba que se le olvidaran ciertas cosas.
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Hasta que la muerte nos una
Romance¿Qué pasaría si la muerte de la persona que más quieres te une a la persona que más odias?