Capítulo 23. Solo dame un beso

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El sol comenzó a salir anunciando que un nuevo día había llegado. Unas horas después, Rebeca entró en la habitación de su hermano.

— ¿No vienes a desayunar? —preguntó con la mano apoyada en el pomo de la puerta. Aunque hacía poco tiempo que se despertó, estaba radiante.

—No creo que tengan muchas ganas de verme después de lo de anoche —estaba sentado en la cama, con los brazos cruzados y el pelo alborotado.

—Deja de decir tonterías. Venga, vente —dio media vuelta y se fue. Jonathan, con más sueño que ganas, la siguió.

Cuando llegó al salón, vio que el resto de invitados ya estaban sentados, hablando con risas de por medio. Desviaron la mirada hacia él al verle llegar, se sintió incómodo. Prefirió seguir a lo suyo y sentarse en su silla mientras resoplaba.

En la mesa había varios vasos con zumo de naranja, tazas con café, cruasanes y napolitanas de chocolate. Se frotó los ojos con las manos para intentar despejarse.

—Quería pediros perdón por mi comportamiento de anoche —apoyó los codos en el mueble, pasándose los dedos por sus cabellos dorados—. Sé que reaccioné mal, lo siento.

Todos quedaron en silencio durante un instante que a él se le hizo eterno, hasta que Atenea se decidió a contestar.

—Aceptamos tus disculpas —alzó las comisuras.

Sin embargo, el rostro del rubio se tornó serio cuando vio que Alberto pasaba el brazo por detrás de la silla de la joven.

Al finalizar, Rebeca se dirigió a la habitación del moreno para hablar a solas. Estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero, mientras miraba su móvil. Ella se sentó en el borde, se sentía un poco nerviosa porque no sabía cómo reaccionaría al saber lo que iba a decirle.

—Tengo que contarte algo —apretó los labios. Ni siquiera estaba segura de por qué le informaría de aquello, pero sentía la necesidad de hacerlo.

—Tú dirás —dejó el aparato a un lado y se cruzó de brazos.

—Anoche Sara vino a mi cuarto para ver mi vestidor. Después de enseñarla varias prendas, me confesó que la había gustado que la mordiera un pezón —el chico la observaba sin intervenir. Sabía que su compañera había mantenido relaciones con alguna chica, por lo que no le sorprendió aquello—. El caso es que nos dejamos llevar y volví a repetirlo. También me hizo sexo oral —se mordió el labio inferior con fuerza.

Aunque eso no se lo esperaba, su reacción fue todo lo contraria que la rubia esperaba.

— ¿Cómo fue la experiencia? —la chica abrió mucho los ojos, sorprendida.

—No he sentido tanto placer en mi vida —los dos rompieron a reír y Alberto la abrazó. Rebeca se sentía genial así, era como estar rodeada entre los brazos de un oso de peluche gigante. Él inspiró su aroma. Olía a perfume, seguramente de esos caros que tanto anunciaban en la tele como si cualquiera pudiera permitirse comprar uno y a champú de miel. A continuación, depositó un pequeño beso en su cabeza.

En el salón, Sara también le contaba su experiencia nocturna a Atenea y Jonathan.

—Hostias, tú no pierdes el tiempo —le pelirroja le dio un pequeño codazo—. ¿Y qué tal?

—Bien, de maravilla —soltó una de sus escandalosas carcajadas, que retumbó por la estancia.

—Nunca imaginé que pudieras ser mi cuñada —añadió el rubio, que estaba tirado en el sillón haciendo zapping.

—No voy a serlo —negó con la cabeza—. Mi corazón pertenece a Rudy. Lo de liarme con tu hermana fue por pura admiración. Es que tremenda diosa es.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora