Capítulo 11. Sabes bien que es amor.

8 1 0
                                    

Cuando Atenea entró en el aula, enseguida puso al día a Sara de lo ocurrido el fin de semana con Jonathan y Rebeca.

—Es que tendrías que haber visto el panorama —comenzó a decir—, ella, una rubia espectacular y elegante, yo, con ropa cómoda, despeinada y manchada de pintura.

—Pero tía, que estabas en tu casa —soltó una carcajada—, tampoco vas a ir como un pincel.

—Ya, pero no sé...

La clase dio comienzo. Una vez más, Juan seguía explicando con esa horrible voz robotizada mientras la pelirroja seguía contando su experiencia en voz baja.

—Lo peor de todo —continuó— es que yo estaba mal por la conversación que tuve con este —señaló a Alberto— y me apetecía pensar en otra cosa. Cuando Jonathan me dio el masaje, me puse cachondísima al notar que me tocaba el cuerpo y nos acostamos.

— ¿Tan mal lo hizo o qué? —quiso saber.

—Para nada, el problema es que entró su hermana y nos pilló dándole al tema.

—No jodas —se rio escandalosamente.

El profesor, que escribía en la pizarra, se giró de inmediato con ojos llameantes y lanzó el borrador a su alumna.

— ¡Curiel, fuera de clase! —gritó enfurecido—. Siempre igual con esta niña tan pesada.

Una vez fuera, sacó su móvil del bolsillo del pantalón, se dirigió al baño y comenzó a hacerse selfies en el espejo. Últimamente su autoestima se había disparado, por fin comenzaba a gustarse a sí misma y no quería perder la oportunidad de tener mil fotos de su cara.

Pasó una hora, Sara estaba sentada en las escaleras enviando mensajes a Atenea para pasar el rato, se aburría demasiado. Rudy apareció, subiendo las escaleras con unos libros en las manos.

—Te pasas más tiempo aquí que en clase —esbozó una sonrisa y la morena notó que se derretía por dentro. Solo deseaba poder probar sus sensuales labios aunque fuese una vez en la vida.

—Soy una rebelde sin causa —respondió divertida.

Entraron en clase y Juan, que estaba recogiendo sus cosas, la fulminó con la mirada.

—Menos mal que sacas buenas notas porque si no, te iría fatal en la vida, aunque no creo que mucha gente te aguante, con lo habladora que eres —añadió el profesor.

La chica hizo caso omiso y volvió a su sitio para seguir conversando con su compañera.

— ¿Y habéis hecho algo juntos Jonathan y tú fuera de casa? Como ir a comer o al cine.

—Creo que no —negó con la cabeza—. Solo ir a la Warner, a tu casa y de fiesta con Rebeca, pero los dos solos no lo recuerdo.

—Pues deberíais, seguro que le hace ilusión —cuando Rudy comenzó a hablar, se quedaron en silencio. Sara solo quería disfrutar de su voz, que era como una bonita melodía para sus oídos.

Alberto se giró y clavó su penetrante mirada en los ojos verdes de Atenea, que sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral.

—Así que la rubia maciza del otro día es la hermana de tu amante bandido.

—Sí —su tono era seco, no tenía ganas de hablar con él.

—Parece maja pero es un poco pesada, me escribe mucho —se pasó la mano por la cara.

—Vamos, que no te gusta —añadió ella.

—Aún es pronto, tengo a tu hermana muy presente —su voz sonó un poco rota—, pero quizás en un futuro, la cosa cambie —se encogió de hombros—. O no...

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora