Capítulo 12. Rompes mi calma

8 1 0
                                    

Mientras tanto, Jonathan recogía un poco la casa. Ya había barrido, fregado, limpiado el polvo, el baño, puso una lavadora... Entró en la habitación de la pelirroja para mirar si tenía ropa sucia y echarla a lavar, siempre la acumulaba en una silla hasta que se quedaba sin nada que ponerse. Recogió varias camisetas y pantalones del suelo, incluso vio un calcetín medio metido dentro de la papelera. Se acercó para cogerlo cuando observó que había una caja de pastillas. Tenía tanta curiosidad que la sacó, percatándose de que no estaba vacía ni caducada. ¿Por qué alguien tiraría medicamentos en buen estado a la basura en vez de guardarlos para una futura ocasión? Como no sabía de qué se trataba, decidió buscar en internet el nombre que ponía en el cartón. Entonces, averiguó que era un tratamiento que recetaban los médicos para tranquilizar la agresividad. Se pasó las manos por el pelo y soltó aire, comenzaba a sentirse agobiado, necesitaba hablar con ella para hacerla entrar en razón y que no lo dejara a medias, a menos que se lo dijera algún profesional.

Cuando Atenea regresó a su casa, se encontró a Jonathan sentado en el sillón, con el rostro serio.

— ¡Hola! ¿Estás bien? —se quitó el abrigo y lo dejó encima del sillón.

— ¿Por qué has dejado de tomártelas? —preguntó mostrándole la caja de pastillas.

La pelirroja no sabía qué decir, ni se imaginaba que llegaría a encontrarlas.

— ¿Has estado rebuscando entre mis cosas? —el enfado se notaba en su voz.

—Fui a tu habitación para recoger tu ropa sucia y echarla a lavar, que siempre la acumulas. Vi un calcetín en la papelera y, al cogerlo, las descubrí —chasqueó la lengua.

—No quiero tomarlas —alzó el tono.

—Deberías hacerlo —intentaba mantenerse calmado, sin embargo, la situación no se lo permitía demasiado.

—Las tiré cuando murió mi hermana —un nudo de tristeza se formó en su garganta—. No le encuentro sentido a querer ser mejor si ella no está.

—Keyla se fue, sé que es doloroso pero piensa en ti, valórate de una puta vez, joder —la frustración envolvía sus palabras—. No tienes que ser mejor para los demás, si no para ti misma. Puedes salir adelante tú sola.

—No te metas en mi vida —gritó—. Lo que yo haga o deje de hacer no es asunto tuyo.

—Solo intento ayudarte porque... —quedó en silencio y tragó saliva— me importas.

—Olvídame —salió de su casa y cerró la puerta de un portazo.

Se sentía bastante mal, por su mente pasó un lugar donde sería comprendida y no dudó en acudir.

Al llegar, echó un rápido vistazo por el local, miró la hora del móvil y se dirigió al baño.

Allí se encontraba Alberto, apoyado en la pared, aquel día pidió entrar más tarde para poder estar en el cumpleaños de su sobrina, aún quedaba un rato para que su turno empezara.

Fue corriendo hacia él para abrazarle, evitando que las lágrimas salieran de sus ojos. Le contó lo sucedido y cómo se sentía mientras el chico seguía sin entender nada.

— ¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó extrañado.

—Porque me entiendes. Además, lo dijiste el otro día, tú y yo no somos tan diferentes —se restregó los ojos con las manos.

—Renuncié a la música después de aquello —su rostro era sombrío—, era mi pasión. Ahora no encuentro sentido continuar.

—Quizás Jonathan tenga razón, —se encogió de hombros— no deberíamos dejar de lado las cosas que nos gustan, ella no lo hubiera querido.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora