Epílogo:

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Atenea aún seguía durmiendo profundamente. Desde que llegó a Madrid, lo único que hizo fue dejar su maleta, sin ni siquiera deshacerla, comer algo rápido y echarse una buena siesta. El vuelo desde Japón había sido demasiado largo y no quiso dormir en el avión por mucho sueño que tuviera para que no la afectara el jetlag.

Se despertó sobresaltada al notar que algo caía encima de ella.

—Despierta bella durmienteeee —gritó una voz femenina. Abrió los ojos de par en par al ver de quién se trataba.

— ¡Keyla! —exclamó y no tardó en abrazarla más fuerte que nunca—. ¿Cómo es posible que estés aquí?

—No sé... Será porque vivo en este piso —ironizó la chica. La pelirroja la observó con detalle: su pelo castaño, los mismos ojos tan azules como el cielo, su rostro más dulce que el azúcar... Sin duda estaba allí—. Llevas como cinco horas durmiendo y te tienes que preparar ya, que hemos quedado con Sara y Alberto para cenar. Están de empalagosos que madre mía. Si antes de irte estaban unidos, desde que te marchaste, se han vuelto uña y carne, todo el día juntos —puso los ojos en blanco.

Atenea seguía sin creerse todo aquello. La última vez que supo de sus amigos, no se llevaban muy bien. Se volvió a tumbar, masajeándose la frente. No entendía nada.

—Por cierto —siguió diciendo Keyla, que aún no se había levantado de la cama—, me acaba de llamar mamá. Vendrán este fin de semana porque <<estamos deseando ver a nuestra querida hija y llenarla de besos>>, cito textualmente. Obviamente, lo dice por ti.

La más pequeña de las hermanas se irguió de golpe. ¿Cómo que estaban deseando verla? Si no la soportaban. Entonces lo entendió todo.

—Dios mío, he tenido un sueño rarísimo —dijo mientras se desperezaba—. Tú te habías muerto, papá y mamá no me soportaban y... Espera un momento —hizo una breve pausa—, ¿me he dado de hostias con Alberto alguna vez? —la castaña negó con la cabeza.

—Siempre habéis sido mejores amigos, desde pequeños —esbozó una sonrisa—. Por cierto, después de cenar vamos a una discoteca. Nos quiere presentar a su nueva novia, dice que es una modista que estudió en París o algo así.

Mientras que las gotas de agua procedentes de la ducha se deslizaban por su cuerpo, Atenea no podía dejar de pensar en aquel sueño lleno de momentos tan malos y algunos buenos. Había sido tan real que llegó a creer que su vida era así. Al menos, su hermana seguí viva, que era lo más importante.

Llegó la hora de la cena. Sara y Alberto esperaban en el restaurante, sentados en la mesa que habían reservado con anterioridad.

— ¡Chicaaaaas, estamos aquíííí! —cuando llegaron, la morena comenzó a gritar a la vez que levantaba el brazo para que les vieran.

— ¡Deja de dar voces! Nos está mirando todo el mundo —protestó el joven mientras bajaba su brazo.

Las hermanas, que iban deslumbrantes con sus vestidos, se acercaron donde estaban.

—Por fin has vuelto, cuánto tiempo —Sara sujetó la cara de su amiga y comenzó a llenarla de besos mientras esta ponía cara de asco.

— ¿Qué tal eso de recorrer el mundo mientras explicas su historia? —quiso saber el moreno.

Antes de responder, el camarero se había acercado para tomar nota de lo que iban a pedir. No necesitaron ver mucho la carta porque tenían claro desde un principio lo que querían cenar, croquetas de jamón.

—Muy bien, es todo precioso —sus ojos verdes se iluminaron—. Además, es genial conocer otras culturas y otras personas. ¿Qué tal vosotros?

—Sigo trabajando en el burguer —contó Sara con el rostro serio—. Y me acosté con Rudy, el profe —su cara cambió a más alegre en un instante— pero solo unas veces. Ah, un día me encontré a Juan por Callao y me miró con cara de mierda, como de costumbre. Desde ese día, observo bien por todos lados cuando voy por allí —soltó una sonora carcajada que se escuchó por todo el restaurante. Los clientes de alrededor se la quedaron mirando.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora