1 | Cruce de miradas

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Linda

Camina por las anchas calles de esa antigua pero desconocida ciudad. Los coches no abundan, hay más bicicletas y gente que anda a pie que vehículos. El día le resulta bonito aunque el sol no alumbre, y todo se debe al sueño que recordó al despertar.

Escucha la música que sale de la entrada de una vivienda. Cae en el pensamiento de que años atrás no habría imaginado nada de lo que le está sucediendo. Salir al aire libre y poder sentir la brisa fresca. Dejar a un lado esa comida, esa vestimenta desgastada. Mantenerse por sí misma, tener un hogar propio.

Ya es una adulta independiente, y todo se lo debe a esa hermosa mujer, que le otorgó mucho de lo que ahora conoce. Esa que le brindó sustento, y la hizo sentir querida de verdad.

Desde hace tiempo vive en esa casa, no es muy grande pero si acogedora. Se encargó de llenarla de fotografías y cuadros, y el jardín delantero está repleto de flores y arbustos. A Sussy le encantó ese cambio radical.

Un nuevo local abrió sus puertas semanas antes. Una cafetería. Se encuentra en una esquina, y al ser un barrio bastante familiar, sus colores atraen a los niños que, quieren comer esos pasteles presentados en el mostrador, y, a los jóvenes o adultos con tareas o encuentros de importancia.

La primera vez que apareció allí, fue al segundo día de su apertura. Como no tenía nada en su alacena pero sí mucha curiosidad, dio dos saltos en la vereda llena de flores silvestres y llegó a ese paraíso.

Lo primero que percibió fue el aroma a café, y aunque fuera amargo y atrayente, ella prefiere el té. Y más, si son de diferentes gustos.

Desde aquel día, esa se volvió su rutina. Todas las mañanas en la cafetería «Laurent’s». Luego, desayuna lo que ya tenía planificado desde la noche anterior, y se dirige a la imprenta en donde dedica sus tardes, para luego, volver a su piso y disfrutar de una noche tranquila junto a su amado colchón.

Se adentra a la cafetería y reconoce a la señora Leys, una clienta regular, siempre se sienta en la mesa número tres, para poder husmear a través del ventanal y charlar con su nieta Carla, una de las dueñas de ese bonito lugar. Junto a Daniel, su primo por parte de madre.

Conoce la historia familiar, la versión corta de aquellos chicos agradables, que, ya saben de memoria qué es lo que va a pedir —a excepción de la bebida que, cambia casi todos los días—. Y, la extensa, que se relató por parte de la mujer que la está saludando con su mano de forma amigable, casi familiar. A esa que le gusta mucho hablar y contar chismes de la gente que no le cae bien.

Las mesas casi nunca están llenas, y menos por las mañanas. Las personas piden todo para llevar y se van con prisa. Eso es lo que observa cada vez que un cliente pasa por la puerta y hace sonar la campana. Algunos la pescan viéndolos y voltea avergonzada, luego no vuelve a mirar hasta que se marchan. Es muy observadora, pero se sonroja fácilmente, prefiere que no se den cuenta de cómo los analiza e imagina, una fotografía con un fondo desenfocado, o un deslumbrante retrato a contra luz.

—Buenos días, Linda. ¿Lo mismo de siempre? —pregunta Carla sonriendo, su cabello azabache esta atado por una liga negra.

—Buenos días. Ya sabes, y hoy me apetece un té de limón.

—Manos a la obra, entonces.

Sonríe ligeramente al verla ejercer un saludo militar y quiere reír luego al notar como su gorra blanca se levanta por eso.

Un retrato de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora