10 | Un baile, un golpe y una solución

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Zack

Sus manos golpean sus muslos, está nervioso, demasiado. Por un segundo replantea lo que hizo, el por qué de su arrebato al calzarse las zapatillas y abrigarse con la primera sudadera que encontró en la silla frente a su escritorio.

Siente la adrenalina por haber conducido la bicicleta de su hermana con tanta velocidad, para encontrarse con esa chica que por momentos no quiere ver, sin embargo, no se arrepiente de todo ese escándalo, del que sólo fue testigo ese perrito que lo ladró desde la casa del vecino con bastante desconfianza.

Encuentra esos ojos esmeralda y carraspea, han estado en silencio por unos largos segundos y tiene que llevar las manos a los bolsillos traseros de su pantalón para que no se note como tientan al temblor.

—Llegaste rápido —dice ella, en un tono bajo.

—Sí, vine en mi coche —responde, señalando la bicicleta azul que quedó tendida en el suelo.

Linda suelta una corta risa y él sonríe satisfecho.

—¡Pero no la dejes ahí!

Lo dice en un tono divertido, y la sigue con la mirada cuando se acerca a la bicicleta, la alza, tomándola por el manubrio, y la apoya en un árbol un poco más cerca de la puerta del hospital.

—Es que no había estacionamiento cerca…

Camina hasta subir las escaleras, y espera a que ella se asegure de que la bicicleta no se va a caer.

—Ya improvisamos uno —dice, cuando pasa por su lado para ingresar al lugar.

Zack la sigue con media sonrisa plasmada en su rostro. Observa como Linda y la secretaria intercambian miradas y la rubia la mira de reojo con cierto enfado. Y cuando voltea para verlo, le regala un levantamiento de cejas junto a una mueca de disgusto.

Observa los pasillos algo solitarios, pocas veces ha estado ahí, por lo tanto, se apresura cuando nota que la rubia lo adelanta con sus pasos y él se ha quedado absorto viendo un cuadro abstracto en la pared.

Cuando se detienen delante de la puerta que supone que es en la que está la niña, siente la mano de Linda posarse sobre su antebrazo. Baja la mirada hacia el contacto y siente como su cuerpo reacciona, acalorándose por un segundo. Ella no lo nota ya que en ese transcurso de trance para él, la rubia se dedicó a asomar la cabeza por el cuarto para ver si Irene estaba dormida.

Eso lo supone, claro, porque vuelve a sí cuando ella quita su mano y lo invita a pasar.

Lo primero que ve es el ventanal que tiene de frente, y en el centro de la habitación, justo a su derecha, está la camilla en donde descansa tranquilamente la pequeña. Está cubierta por las sábanas y duerme boca arriba, sus labios están entreabiertos y su cabello se esconde detrás de sus hombros.

—¿Cómo está? —se oye preguntar, casi susurrando.

—Ahora está bien, pero no me dejan llevarla a casa —responde, con cierto resentimiento en su tono.

—Sí, es lo normal.

Ella le lanza una mirada de recelo y niega con la cabeza.

—No me gusta este lugar.

—Yo creo que a nadie le gusta.

Un retrato de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora