2 | Ojitos bonitos

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Linda

Su tarde transcurre de forma aburrida. Sentada en su escritorio, rodeada de compañeros llenos de labor, se dedica a organizar su escritorio. Debe ir a sacar fotografías a un cumpleaños al día siguiente. Hace pocos días que se dispuso a ofrecer sus servicios de fotografía fuera del trabajo. La última vez que estuvo en un evento fue un bautismo, pero eso sucedió hace varias semanas. Desde entonces no ha tenido más labor que, mejorar con su práctica y ayudar a sus compañeros que, por cierto, si tienen mucha demanda.

Eso la desanima, pero el hecho de que su jefa la haya llamado hace un rato para que se presente a su oficina, tal vez, para ofrecerle un trato, la entusiasma. Se cumplen los veinte minutos que la mujer solicitó y se dispone a caminar hasta allí, esperando dejar de ser la empleada nueva que solo sirve de asistente.

Está agradecida de todas formas, pero su exigencia la presiona para avanzar cada día más.

Por el camino se cruza con varias personas a las que no saluda, mira al suelo con nerviosismo, no sabe la razón por la cual fue citada y eso la exaspera. No quiere hacerse ilusiones, pero  tampoco asustarse.

Mira sus pies, sus zapatos con plataformas bajas están limpios, a excepción de una pequeña mancha de tierra. Frunce el ceño con inconformidad y se detiene para quitar esa molestia, pero al hacerlo, no mide la distancia y choca contra una persona que viene de frente.

—Lo siento —murmura una voz masculina.

Linda se sobresalta, y tímidamente levanta la mirada para ver de quién se trata.

—Perdona, yo…

—Oh, hola Linda —saluda el desconocido.

Su confusión se refleja en su rostro. ¿Por qué sabe su nombre? ¿Acaso la conoce?

—¿Qué? —es lo único que logra decir, enderezando su espalda.

El muchacho sonríe y alza una mano en forma de disculpa. Tal vez quiere transmitir confianza pero no lo logra, ya que ella retrocede un paso para mantener un metro de distancia.

—Soy Joseph, un gusto.

No puede decir que es recíproco, tampoco que no le interesa. Simplemente lo acepta y asiente, pero esa sonrisa que le da —más parecida a una mueca—, es la más falsa que ha dado en su vida.

Observa su reloj, ya pasaron tres minutos.

—Lo siento, debo irme.

—¿Vas a la oficina? —pregunta, caminando a su lado.

La sonrisa que plasma es bonita, pero la chica no le presta atención.

Asiente dos veces, no le gusta hablar con desconocidos, se pone nerviosa y confunde sus palabras. Además, no es de su incumbencia.

¿Por qué no se marcha? ¿Acaso no nota su actitud antipática?

Sube los pocos escalones hasta llegar al piso de arriba. Acomoda su cabello y camisa, cuando toca a la puerta, ésta se abre de forma inmediata.

La mujer, alta y bien vestida, la observa con cierto altivo, luego intercala la vista entre ambos.

Le avergüenza, por obvias razones, que ese sujeto la haya acompañado. Está dando una mala impresión.

Tiene el impulso de estampar su puño en esa nariz casi perfecta.

Pero mantiene la calma.

—Vaya, parece que ya se conocen —concluye su jefa, dejándolos ingresar a la gran oficina.

Un retrato de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora