6 | Capitana y marinero

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Linda

—¡Sh! —chista, cuando Irene suelta una risita.

La pequeña se agacha para volver a pasar por el pequeño hueco que deja la reja al despegarla del suelo. Por suerte, no hay nadie que esté supervisando ese sector. Fue tan fácil como cuando salieron, solo tuvo que fingir que se marchaba, y esperar a la niña en ese sitio fuera del orfanato.

—¿Ya te vas? —pregunta, haciendo un puchero con sus labios.

—No quiero, pero tengo que irme —responde, haciendo una mueca—. ¿Te divertiste?

—¡Sí! Fue genial.

—Vendré mañana, lo prometo.

—Te esperaré.

Sonríe plenamente y deja un beso en la mejilla de Irene. Ella, la envuelve con sus brazos y se apresura a escabullirse para correr hacia el patio trasero. Dejándola nuevamente sola, y con las ganas de llevársela consigo un rato más.

Linda acomoda su abrigo y se levanta. Comienza a alejarse para ir al edificio en donde trabaja. Debe tomar el autobús, pero el clima cálido solo la invita a dar una caminata.

Mira al suelo y se percata de que los cordones de una de sus botas, están desatados. Se agacha para amarrarlos, y ve en el suelo unas huellas marcadas en el cemento, son de un perro que seguramente, irritó mucho a las personas que intentaron dejar la vereda con un buen aspecto.

El paseo no dura mucho, más que nada, por la distancia que debe recorrer. La oficina no queda tan lejos del orfanato, y en cuestión de minutos ya se encuentra subiendo por el ascensor.

Está tensa, porque sabe que hay una gran probabilidad de que Joseph le haya dicho a la jefa alguna mentira. Y no ha vuelto a hablar con él desde ese día, es decir, que si él habla, ella también. Y es mucho peor el hecho de dejar desamparada a una compañera es el medio de la noche, tomando la postura de un irresponsable, que, quedarse por un momento charlando con los clientes.

El ambiente es siempre el mismo, el aroma a café inunda sus fosas nasales. Todos hablan, conversan, se quejan o muerden sus uñas viendo a las pantallas. Con sus mesas llenas de papeles, tiras inservibles que fueron bordes blancos, y fotografías. Mientras que, su escritorio es el único que sigue intacto, con ese cactus que ha olvidado regar, y sus notas de colores debajo de la pequeña lámpara que utiliza cuando la luz del lugar ya no le es suficiente.

No saluda a nadie, solo se centra en su recorrido. El pasillo del piso de arriba está más frío, y eso le complica las cosas. ¿Serán los nervios?

Verifica a través de su reloj que se cumplan las once y media. Cuando ese minuto pasa, golpea dos veces a la puerta. Oye los tacones acercarse, y la mujer, radiante como siempre, la atiende con una ligera sonrisa.

—Tan puntual como siempre, Linda. Pasa.

No parece molesta, tampoco es muy simpática siempre, pero por alguna razón, intuye que su querido compañero no ha dicho nada. La mirada que le dirige es amarga, y tiene advertencia. No quiere salir perjudicado.

—Joseph me ha dicho que todo fue un éxito.

Sí, claro.

Un retrato de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora