8 | Confesiones

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Zack


—Le diré al entrenador que Alex debe practicar más tiros —bromea él, viéndolo en la lejanía.

Ella sonríe y niega con la cabeza.

—Irene no es rencorosa —comenta, en un suspiro—, eso es algo bueno de ella.

Zack la observa de reojo sin atreverse a verla directamente, aunque tiene en mente las palabras de la niña. No puede ser su hija de sangre, así que intuye que tendrían algún tipo de relación duradera o habrían crecido juntas. La cuestión es, ¿Linda la adoptó? ¿Es simplemente hija de algún familiar? ¿De algún amigo? ¿Es niñera?

—Sí sigues hundiendo las cejas te saldrán arrugas.

Pestañea cuando siente como presiona su entrecejo con el índice. Sacude la cabeza y sonríe.

—¿Puedo preguntarte algo? —interroga, aún con dudas.

—Ya sé lo que vas a preguntar.

Genial, aparte de entrometido, predecible.

—¿Quién es ella, y cómo se conocieron?

Esta vez si la mira a los ojos, esos color esmeralda, brillantes. Ella acomoda su cabello y voltea para ver a la niña que corretea de un lado a otro mientras los chicos se pasan el balón intentando que ella no pueda capturarlo.

—La conocí cuando llegó al orfanato. Tenia cinco años y estaba sola —cuenta, con la vista en un punto fijo—. Sus padres fallecieron y no tenía familia. Cuando la vi supe que no podía abandonarla también.

Su corazón late con más velocidad, debe aclararse la garganta para poder hablar, la noticia lo estremece. Nunca lo habría imaginado.

Lo pone nervioso la situación, porque no es a lo que quería llegar. Respira profundamente y supone que es su turno de hablar porque ella se mantiene en silencio.

—¿No… no querías dejarla como te dejaron a ti…?

Linda lo observa, no parece angustiada, tampoco enojada, solo lo ve como si fuera una fuente en la cual puede arrojar la moneda y saber que nada saldrá de allí. Y él se siente afortunado de poder escucharla.

—Yo tuve la suerte de no conocerlos —suelta, con su voz firme—. No sé quienes son, o fueron, tampoco quiero saberlo. Pero ella convivió con sus padres, y luego los perdió. Supongo que duele más perder a alguien que nunca haberlo tenido presente.

Asiente en concordancia aunque él no haya pasado por algo tan trágico. Acaricia sus propias piernas, aturdido. Cuando respira huele la tierra y un poco de fragancia, esa que porta ella y es dulce.

—No…

—Era una bebé —prosigue Linda, perdida—. Y me dejaron allí afuera en una canasta… crecí ahí, rodeada de niños, yo, que odio el ruido, tenía que escuchar los llantos y los gritos de los más pequeños —relata, con una sonrisa a medias—. Y luego, me convertí en alguien que cuidaba de los más indefensos.

—Cuidaste de Irene.

—Sí. —Asiente apretando los labios—. Después de haberle hecho la vida imposible a muchos, me redimí.

Linda suelta una risa corta y Zack la acompaña, le deja su espacio para que pueda expresarse. Le resulta tan conmovedor que no sabe si lo que dice son tonterías o realmente puede llegar a ayudarla de alguna forma.

—Hiciste el trabajo tú sola, eso es realmente increíble.

Ella sonríe con nostalgia, sus ojos siguen húmedos y ve como los frota con el puño de su camisa. Sus pómulos sonrojados y sus labios de un rosado intenso la hacen ver espléndida.

Un retrato de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora