Capítulo III

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"Érase una vez una mariposa que recordó lo que era ser una oruga"


Ekaterina


Cuando tenía 8 años mis maestros me felicitaron por mi habilidad para resolver problemas con rapidez. Mucho tiempo después descubrí que "mi habilidad" no se aplicaba a la vida real.

A mi cerebro le encantaba flotar con pensamientos poco trascendentales antes de enfrentar un problema. Por ejemplo, ahora no podía evitar pensar en la poca justicia que le hacía la televisión a Huiwang Yang.

La piel de su rostro la hacía parecer una costosa muñeca de porcelana, mientras yo luchaba con mi corrector para cubrir todas las imperfecciones. Su cabellera se asemejaba a una noche de verano sin nubes. Mi balayage en cambio, sin tres meses de retoque, lucía corriente y común. Podía apostar a que su vestido costaba uno de mis semestres.

Desde hace mucho que no me sentía tan insignificante.

Manu estaba a mi altura tomando mis hombros, sus labios se movían como si estuviera hablando, pero no oía más que ruido blanco. Mis ojos deambularon sin saber a dónde dirigirse hasta cruzarse con una mirada azul cielo. La esquivé de inmediato.

¿Qué había en esos ojos? ¿Tristeza, dolor?

No. Era lástima.

Cerré mis ojos desesperada. En cualquier momento Daisy golpearía la puerta y me haría despertar de esta pesadilla. Tal vez sí fuí al Venus y llegué a casa super borracha, tenía que ser eso. Al despertar debo agendar una sesión con mi psicóloga, estos sueños eran demasiado reales. Alain Valle-Rojo se fue hace 5 años, él ya no existe en mi vida. No existe. Cuando abra mis ojos estaré mirando la pintura descascarada en el techo de mi habitación.

Esto no es real.Esto no es real.Esto no es real.Esto no es real.Esto no es real.

—¿Ekaterina, me oyes?

Manu seguía ahí y tenía el ceño fruncido de preocupación. Maldita sea, esto no era un sueño.

—Estoy bien. Ayúdame, por favor —dije en un susurró apenas audible.

Sabía que no estaba bien, pero eso no importaba ahora. Me apoyé en Manu para levantarme y evité en lo posible los vidrios esparcidos. En el proceso casi vuelvo a resbalar, pero él me sostuvo con fuerza. Manu era un buen chico, me sentí culpable por no haberle hecho caso hace un año. Al parecer mi destino amoroso era salir con patanes o ser abandonada por millonarios.

Dimitri entablaba una conversación con las personas de la mesa. Solo por su posición en la pirámide social podía deducir que él tenía todas las de ganar.

—Aunque la señorita haya derramado el champagne sobre su padre, no justifica que este la haya golpeado —sentenció.

Sonaba tan impersonal, como ido. No había emoción alguna en su tono.

—Estimado director, estoy segura que mi padre actuó en defensa propia. Esa empleada iba a golpearlo con la botella.

¡¿De qué carajos estaba hablando esa mujer?!

Tal vez esperaban que me quedara callada y sucumbiera ante la presión social. Idiota, me enfrente a una loca con pistola que me secuestró, esto no era nada. Me solté de Manu y caminé por la parte trasera ignorando a todo el mundo.

—¿A dónde cree que va? —soltó enardecida la mujer. Sus líneas faciales se marcaban como papel corrugado. Le hacía falta un buen peeling.

Giré en dirección a mis verdugos y me detuve a pensar en todas las noches que pasé llorando luego de la muerte de papá. El dolor de la pérdida mezclado con el vacío de la traición, en comparación esto no era nada. No me mostraría vulnerable ante Dimitri y Alain Valle-Rojo. No era culpable de mi situación pero sí de lo que haría para cambiarla.

MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora