Capítulo IV

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"Érase una vez una crisálida que presentó una grieta"

Hace unos 5 años...


Ekaterina


A Ekaterina Gallardo Fernández nunca le gustó quedarse en la escuela sin hacer nada. O realizaba actividades de club o se iba. Sin embargo desde que se mudo a Cujilla, el pueblito más recóndito en el estado de New Delphina, cualquier cosa era mejor que estar en casa.

Aun si la compañía no era de su agrado.

Ekaterina pasaba el tiempo con un grupo de personas al que llamaba "amigos" porque decirles "compañeros" era muy extraño. Los cuales se divertían consumiendo sustancias no muy legales a la vuelta de la escuela. Ella nunca participaba y la solían mirar mal debido a eso.

Lo bueno es que a los 10 minutos estaban suficientemente intoxicados para recordar su nombre. Ella sabía que no la consideraban "parte de su grupo", tan solo era una novedad. Y eso estaba bien para ella, lo último que quería era generar lazos.

Cuando tuvo que estudiar hace dos años en esa misma escuela no se involucró con alguien en específico. Sus verdaderos amigos estaban esperándola en Keycoast o en la red, con increíbles historias y aventuras por disfrutar.

Pero esta vez nadie la esperaba. Esta vez, ella estaba sola.

Sumergida en sus propios sentimientos, ahogándose con lentitud en ellos. Escuchando a su madre llorar todas las noches, viendo como los sueños que alguna vez tuvo se convertían en polvo que se escondía debajo de la alfombra para no recordarlos más.

Las heridas de la caída luego de haber tocado las nubes aún estaban abiertas.

La soledad era tan intensa en ocasiones, que Ekaterina hacía cualquier cosa para no sentir. Cuando volvió a Cujilla, prometió no recordar lo que alguna vez tuvo. Si no añoraba algo, no sufriría al no tenerlo. Si no tenía algo, no sufriría al perderlo.

Envidiaba a las personas que no les interesaba nada en específico y eran "felices" con lo que la vida les ponía en el camino. Este grupo era así: Ansiaban acabar la escuela para ir a una universidad que sus padres pudieran costear y seguir pasándola "bien" lejos de ellos. Si no lograban terminarla, no había problema. Podían trabajar en la mina del pueblo o en los sembríos de sus padres.

Se preguntó cómo su padre, un soñador, creció en un pueblo como ese.

Uno de los chicos la tomó de la mano y dejó que la sacara de ahí. Las que se hacían llamar sus amigas la observaron de lejos con envidia. Ekaterina sabía que él se había metido con ella por ser "diferente". Pensó que era bastante tonto, aunque no le importaba mucho. Tener un novio era lo que todas las chicas de su escuela hacían, no importaba si era feo o idiota, lo malo era no tenerlo. Y ella necesitaba encajar, necesitaba no estar sola.

Porque cuando estaba sola, el dolor regresaba y era insoportable.

Él le dijo para ir a su casa a ver una película, ella aceptó sin mayor interés. Sabía cuales eran sus intenciones y no le importaban. Subieron hasta su habitación y él ni siquiera encendió la televisión. Sus besos se tornaron cada vez más salivosos y sus manos se movieron con urgencia. Se quitó los pantalones con torpeza y se colocó el preservativo con lentitud. Ekaterina esperó con casi todo el uniforme en su lugar. Como siempre, fue una mezcla de movimientos intensos, sudor y sonidos extraños.

MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora