Capítulo XII

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"Érase una vez una mariposa que olvidó cómo volar"


Ronan


"No tengo más fuerzas para seguir, Ronan"

Abrí los ojos.

¿Cuánto tiempo había pasado inconsciente?

El olor a plástico quemado creaba una mezcla vomitiva en mi garganta. Mantenía una lucha silenciosa por no volver a cerrar los ojos mientras el dolor de mil resacas juntas parecía querer hacer explotar mi cabeza.

Charles se había ofrecido a conducir en esta ocasión.

Mierda.

Giré hacia el lugar del conductor y mi cuello resintió el movimiento.

Los cabellos rubios estaban sumergidos en un líquido viscoso y oscuro, como el plumaje de una avecilla herida que encontramos a los 8 años en mi jardín.

Charles lloró cuando no logramos salvarla.

Él siempre había sido mejor persona que yo.

Las sensaciones en mi cuerpo se debatían entre el adormecimiento y el sufrimiento. Cosas tan básicas como la oscuridad y el frío, eran procesadas con lentitud. El impacto me estaba empezando a afectar.

Debía sacar a Charles.

Grité en cada movimiento y batallé por evitar los fierros torcidos. Liberé a Charles lo más rápido que pude, aguantando el jodido pitido en mis oídos que me recordaba lo probable de una explosión. Y a pesar de mis maniobras poco cuidadosas, Charles no respondía.


"Sigo fallándole a todos"


Dios por favor, no a él. Sé que dejé de hablarte hace mucho tiempo, pero no a él.

No me lo puedes quitar a él.

Arrastré a Charles hasta un lugar en donde el aire se sintiera más fresco para ambos, la maldita opresión en mi pecho solo me hacía relacionar la inercia de su cuerpo con la de ...

No.

Sus dedos se sentían tan fríos como los de mi madre.

Corrí detrás del árbol más cercano y vacié lo que sea que haya habido en mi estómago. Sentí mi abdomen encogerse; sudando a pesar del viento congelado.

Observé suplicante a Charles durante unos segundos y cuando en su pecho se formó una curva casi imperceptible, me acerqué raudo para pasar mi mano por su rostro.

Aún respiraba.

—¡Despierta imbécil! ¡Te prometo que solucionaré todo y mataré al imbécil que lo causó! ¡No te atrevas a morir!

Coloqué su peso en mi espalda, y me decidí a subir la colina. Con cada paso que daba, nuestros últimos momentos antes del choque se reproducían como una película mal grabada en mi cabeza.

Gritos, llantos y acusaciones.

Todo hubiera terminado en una discusión acalorada en donde aceptaríamos nuestros problemas mentales pero ...


"¡¿Cómo puedo vivir sabiendo que no fui capaz de ayudar a nadie?!"

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