Capítulo XVIII

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*ENCA: Exámen Nacional de Capacidad Académica



"Érase una segunda vez ...


Ronan


Hace algunos años atrás...

—Sabes Sandra, me ha estado inquietando algo durante un tiempo...

—¿Sobre el compromiso?

—¿Cómo se encuentra mi padre?—dije tratando de borrar la idea anterior de nuestras cabezas.

Era idiota pensar que así lograría desaparecer un hecho que era inevitable.

—Estable, pero frágil.

—¿Cuál es el sentir de los accionistas?

—¿Los que se llevan bien con usted? —preguntó. Asentí con un sonido—. Alterados.

—¿Y los que no?

—También.

Estaba harto de esta mierda.

—¿Va a aceptar la propuesta de esa ... señorita?—preguntó.

Sandra sonaba reticente a la estupidez que estaba apunto de cometer. Martina también me lo advirtió, pero a ella le convenía que yo tuviera más debates mentales que consultarle.

—Norwich asegura que esta idiotez se solucionará cuando consiga un compromiso convincente, y mi abuela tiene preparada una lista de mujeres trofeo con las que nadie dudaría que tendría...

—Un heredero.

Exacto.

Ambos suspiramos con cansancio.

Un asqueroso y jodido heredero. Por lo mismo que la muerte de mi tío Ronan fue tan catastrófica y devastadora para la familia. Dejó este mundo con un legado de avances tecnológicos y novedosos procesos; pero sin uno que ensuciara pañales y llorara por comida, la situación se tornó turbia. Esa también es una de las razones por la cual mi padre no dudó dos veces en tomarme como su hijo.

Debía reafirmar ante la junta que no permitiría que los Rothschild desaparecieran luego de una feroz batalla de tíos lejanos y ex-comulgados de la familia principal. Mi abuelo, tío y padre se encargaron de mantenerlos a raya; pero yo, escondido en el extranjero, estaba dejando mi posición de heredero demasiado vulnerable.

Sin embargo, casarme no era una opción que viera viable en este momento.

O en el futuro, si no era con quien yo quería.

Y eso era imposible, porque ella contradecía muchas de las actitudes y metas que me había impuesto en estos últimos años.

Todas las mujeres trofeo querían algo de mí o de los Rothschild a cambio, y yo no estaba dispuesto a ceder a su banal chantaje. Necesitaba a alguien a quien pudiera controlar a mi antojo, sin mucho problema. Alguien vulnerable, por más sociópata que sonara.

—Señor, ¿Va a rechazar la propuesta, cierto?

Ingresé al restaurante y de inmediato el maitre me dirigió al espacio privado que había reservado.

—Señor...

Sandra se oía cada vez más preocupada, por lo que decidí colgar sin brindarle mayor explicación. Claro que pensaba rechazar la ridícula propuesta de Letizia Fritz-Stuart. Era una mujer que acababa de salir de rehabilitación, había utilizado a Charles para llegar a mí y contaba con más líos en el bajo mundo de los que una ex-reina de belleza usualmente tenía.

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