Capítulo 4

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Por la mañana, quien abrió primero los ojos dada la incipiente claridad, fue el joven azabache, el cual al abrirlos se encontró a la joven aun dormida y con el rostro aparentemente en paz. Después de observarla durante unos minutos se dio cuenta del tic recurrente que tenía, el cual consistía en fruncir el ceño.

Pocos minutos después se sentó haciendo así que la joven se despertase y cuando estiró su cuerpo se irguió preparada para comenzar el día. Restregó sus ojos y eso le recordó a una niña pequeña, pero no recordó más de aquello. Dejó de mirarla para sacar algo que pudiesen comer.

La joven lo observó, su perfil era perfecto. Realmente por lo clara que era su piel parecía una escultura de las que tenían en el palacio Hyuga, con aquella piel incluso más pálida que la suya. Si te fijabas mucho tenía una muy pequeña cicatriz en la mejilla, seguramente causada por la punta de una espada, pero era casi imperceptible, por lo que seguramente debía habérsela hecho en su etapa de crecimiento.

Bajó la mirada cuando él volvió, claramente habiéndola pillado mirándolo, por lo que su rostro se coloreó ligeramente hasta que delante de sus ojos apareció un trozo de pan con un taco de queso, lo cual la dejó sorprendida.

Tomó los alimentos que le estaba ofreciendo y entonces lo miró a los ojos dedicándole una sonrisa.

-Gracias – dijo en tono suave-.

Aquel acto por parte de la joven hizo que el corazón del azabache diese un vuelco, pero enseguida volvió a mirar al frente. Debía centrarse en que su misión era llevarla a la tierra segura y después marcharse de nuevo a su territorio solo con la satisfacción de que la había ayudado a escapar y ser feliz.

Ambos jóvenes comieron sus tentempiés en el más absoluto silencio, pero al contrario de lo que pudiera parecer, no era para nada incómodo. Al terminar sus alimentos, el joven agarró la venda de los ojos, por lo que al verlo ella se colocó de espaldas y él comenzó a colocarla con total delicadeza igual que la primera vez que lo hizo.

Cuando acabó la ayudó a ponerse en pie y la guió hasta el caballo mientras que este se levantaba al ver a su dueño acercarse. El azabache la noche anterior había alimentado al corcel y le había dado agua, para que así aquella mañana estuviese en plena forma y descansado. Se subió el primero y después la subió a ella de lado como el día anterior. La rodeó con sus brazos para poder agarrar las riendas y poder dirigir al caballo.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero llevaban ya un gran camino recorrido y no habían pronunciado ni una sola palabra. El silencio no era incómodo, pero la mente de ella divagaba entre muchas cuestiones que se agolpaban en su mente y todas sobre él.

-¿Por qué estaba usted en la frontera tan tarde aquel día? – Preguntó inocentemente mientras él sentía como ella se acurrucaba más en su pecho mientras que sus ojos lo único que veían eran sus cabellos.

-Ese es mi trabajo – contestó secamente a la muchacha-.

-Creo que, si no llega usted a encontrarme, no sé qué me hubiese pasado. Todo el mundo me hubiese reconocido y quizás en algún momento hubiesen hecho cosas conmigo que no quiero ni siquiera pensar o imaginar – el notó cómo en ese momento la joven tembló, seguramente imaginando lo que podría haberle pasado-.

-Realmente, aunque ahora estés conmigo, si nos pillasen lo único bueno sería que nos llevarían directos ante el líder de mi clan – contestó mirándola a los ojos sonriéndole-.

-¿Por qué lo dice? – Su voz era curiosa al pronunciar la pregunta.

Durante los siguientes segundos él pensó en las razones por las que contarle la verdad a esa mujer. Pensaba si contarle la verdad de quien realmente era, ya que después de aquel viaje jamás la volvería a ver. ¿Qué perdía por contárselo? Nada

Destinos cruzados (SasuHina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora