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Cierre de telón: epílogo

El estruendo de la puerta al ser cerrada con fuerza hace eco por toda la casa y el mismo Jimin se sobresalta con su acto cuando resuena en su cabeza adolorida, debiendo tomar un respiro profundo para engañar a su migraña. Se quita los zapatos rápido y se despoja de su mochila tirándola sin ver a la esquina, no le importa. Está harto.

Cree que el momento más glorioso de toda esa semana es cuando finalmente su espalda toca la superficie del sillón grande de la sala, y de repente tiene ganas de felicitarse a sí mismo por haber elegido el mejor jodido sillón de toda la maldita Corea del Sur. Por poco se le olvida el dolor redundante en sus pies y espalda, su vista cansada y hombros tullidos, junto a su día hecho mierda por gente mediocre.

Si alguien le hubiese dicho que así se sentía ir a la universidad, él realmente lo habría pensado hasta diez veces. Pensó que por haber sido eximido de muchas pruebas en la secundaria, los semestres en una carrera profesional no serían gran cosa, pero empezando por el hecho de que va a clases sólo los jueves, viernes y sábados, ¿quién le dijo que era una buena idea? También es el peor horario del mundo.

Sus días de clase chocan con sus días laborales y más que mentalmente exhausto, también su estado físico se está yendo por el caño. Todo porque se rehúsa a que su novio pague todo por él; Jimin dejó de ser el niño mantenido y malcriado luego de que dejaran los grandes edificios de Seúl para adentrarse en las casas antiguas de un pueblo en Ilsan, la ciudad natal de Namhee, la madre de Namjoon.

La hermana de su suegra les dió asilo sin pensarlo dos veces mientras ellos dos conseguían un trabajo, y cree que el resto es historia. Tuvo miedo de quedarse estancado nuevamente, pero no hubo nada como eso. En lo que tuvieron la posibilidad, tampoco lo pensaron y se mudaron a su propio espacio, entonces poco a poco cada cosa tomó un rumbo y los dejó en el camino que se hallan ahora.

Tres años fueron suficientes para que sus ojos se abrieran al mundo y tomara las riendas sin tener que seguir a alguien más, ya no era la sombra de nadie.

Después de tantos días de fatiga en los que ni ha podido compaginar un pensamiento, Jimin quita el antebrazo de sus ojos y gira la cabeza hacia su izquierda, vislumbrando el estante de madera oscura en el que las repisas cargan la mayoría de sus recuerdos más preciados.

Hay cuatro trofeos por campeonatos de danza en lo más alto y sus respectivas medallas de listones azules, junto a fotos significativas de Namjoon y él en su primer, segundo y tercer aniversario, fotos de ellos con Geongmin y Namhee en el jardín de su hermana, fotos de él con Jungkook, Taehyung y Hoseok y una en donde están los siete porque no podía irse sin tener a sus personas especiales en un mismo recuadro.

Y justo al final en lo que podría ser una repisa algo céntrica, estaba él con su padre y, a un lado, él con su tía Eunji. Se ríe al ver que Namjoon puso boca abajo su foto de cuando era un niño regordete al lado de la suya disfrazado de vaca, como era normal que hiciera cada vez que Jimin la subía, solo para molestarlo.

Ellos tal vez habían dejado muchas cosas atrás sin reparar en nada, pero definitivamente fue para mejor. Puede que esté cansado ahora, pero nada cambiaría el que tiene una familia que lo quiere y siempre está para él, en quienes puede apoyarse y buscar consuelo. Él en verdad es más feliz ahora de lo que ha sido nunca.

Es por eso que toma su tiempo para recuperar el aliento y agradecer que esta semana se acabó, que tendrá este fin de semana libre y podrá dormir todo lo que quiera. Su estómago le reclama por comida siendo que apenas pudo tomar el desayuno antes de irse; Namjoon odia cuando hace eso, pero no puede darse el lujo de faltar o llegar tarde porque eso arruinaría su promedio perfecto. Ahora se recrimina porque, sin importar cuánto se esforzó por sacar la máxima nota en este proyecto, sus compañeros de equipo no le colaboraron en lo más basto y le toca hacerlo todo nuevamente, solo. Eso, si quiere demostrar que en verdad merece esa beca.